Marienne Mollmann y Juan Carlos Vega merecen una andanada del
Artillero Padilla por su promoción de la aberrante perversión que es el aborto.
Pero no solo de pólvora viven los artilleros.
Mientras pueden siguen peleando, descargando sobre el enemigo proyectiles, andanadas o piedras.
Pero también hay un tiempo para sentarse, chala en mano, junto a los deformados cañones, a esperar que vengan nomás.
Capaz que no pero, cuando en nuestra patria la aberración del aborto sea libre(?), segura (?) y hasta obligatoria (!!!), la sangre de Chilavert será mi Patria.
MARTINIANO CHILAVERT
Así cayó. Encomendando
su alma a Dios y carajeando a sus matadores;
porque de vez en cuando
conviene sacudirse del cuerpo los rencores.
Y nada para eso,
nada más oportuno
que aprovechar el último suceso:
cuando le da a la muerte por meterse con uno.
Cayó de frente, herido
de un tiro entre los ojos,
y el corazón partido
por el fierro ciruja, mendicante de quemas y despojos.
Porque él había jurado
ante la Patria rota
morir así, de frente, sosteniéndola, por su honor de soldado,
la vista a la derrota
Contra él nada pudo,
sino matarle el odio brasilero.
(a Dios se le hizo un nudo
en la garganta, cuando vio el desafuero)
Pero murió de frente,
como tenía
calculado, morir, mientras de repente
se le acabó la pólvora de su batería.
La perrada extranjera
exigía el tributo
de su sangre, para que fuera
mayor el deshonor, mayor el luto
(porque usted, Coronel,
era la Patria, la patria que, de borbotón en borbotón,
estrujando un clavel
entre las manos, pisaba el último escalón.)
Ignacio B. Anzoategui
(Poema publicado en “El fusilado de Caseros. La gloria trágica de Martiniano Chilavert”, de Francisco Hipólito Uzal. 1974