lunes, octubre 13

De lobos y pastores contra los perros guardianes

Hace tiempo conocí el Opus Dei

Poco tiempo después conocí a Monseñor Rogelio Livieres.

Mas tarde, me contaron una fábula que consideré exagerada a primera oída.

Pero pasaron las décadas y la volví a oír. Esta vez entendí cuán premonitoria resultó la historia del Pastor que mató al perro guardián creyéndolo lobo.

Vaya aquí una adaptación impertinente, pero necesaria

¿Cuando un perro guardián odia a los lobos e incluso los mata, es traidor a su casa?

Parece claro que no, pero ¿por qué el Pastor no se aplica a defenderlo, aunque se haya puesto cerril?


Muy simple, no confiaba en su triunfo, preveía el triunfo de los lobos. Y entonces empezó a negociar con los lobos, les dio una “media palabra”. Y claro, como el perro guardián se había hecho cerril, desconfiando de la palabra del Pastor, éste pudo decir sin falsedad manifiesta: “ése no es de los nuestros”.


Y así es que cuando el perro guardián cerril cayó,  fue despedazado los lobos comenzaron a avanzar sobre el rebaño, vestidos ahora con piel de oveja, y llevando en alto los despojos del guardián cerril.


Todavía había perros guardianes que vigilaban fuera de los límites del redil. Pero a cada gruñido de cualquiera de los perros guardianes que quedaban con vida, y que guardaban aún el olfato para distinguir al lobo bajo la piel de oveja, agitando los despojos del perro cerril, propalaban los lobos: “éste es el lobo, y todo aquel que se parezca a él es lobo”.



Y el Pastor —como todo aquel que, habiendo traicionado una vez, sigue traicionando— hacía coro a las voces de los lobos. Y añadía: “todo el que parezca oveja, es oveja”. Todo el que tenga olor a oveja es oveja y es pastor.

Y uno a uno, en una sucesión que coincidía con su parecido decreciente al guardián cerril, fueron cayendo los guardianes. Y simultáneamente con la caída progresiva de los guardianes, cada vez menos parecidos al primer traicionado —y por eso también, menos carniceros, menos aptos para la lucha— los lobos iban descubriéndose de la piel embaucadora. Cada vez parecían menos verdaderas ovejas, cada vez se manifestaba mejor su naturaleza de lobos.


Pero el Pastor —como aquel que, habiendo traicionado una vez, ya sigue traicionando— gritaba con más fuerza: “¡Todo aquél que se parezca a aquel primero, por poco que sea, es lobo; y todo aquel que parezca oveja, por poco que sea, es oveja”. Y debilitando así las defensas de los guardianes, ayudó el Pastor a eliminar a los que eran defensas del rebaño.

Y el rebaño está hoy amontonado en una esquina del redil, adonde ya ha entrado el Lobo, y se arremolina desorientado, acoquinado, espantado ante la mirada del Lobo, que ahora se muestra impúdicamente.
Y se prepara para el asalto y la carnicería, para el destrozo de las almas.
¡Ay del rebaño!
¡Ay, Pastor, a quien se pidió amor a las ovejas! ¿Volverás a apacentar?
Oye, al menos hoy, a tu Maestro, y “una vez convertido, confirma a tus hermanos”: denuncia al Enemigo.