Raro. Me parece raro que el cura pifie en estos temas.
Pero ...
Nunca entendí porqué Castellani incluyó a Colón entre los “próceres” del movimiento Vital Católico.
Quizás vio cosas que no alcanzo a ver, pero parece que los hechos le están contradiciendo el pronóstico, al menos en esa parte de la profética novela.
Igual,...comparado con los aciertos, esta nimiedad no tiene importancia.
La
música cesó y la voz del locutor llenó los ámbitos: a Edmundo no le interesaba,
no le interesaba nada de todo esto. El altar, decorado con una brillantez
suntuosa, era una réplica en grande del altar de la Chacarita (o Chirusita) que
tantas veces había visto: El Cristo Vital de Siqueyros, de bronce negro, y a
los dos lados la estatua de la Fecundidad (antes Virgen María) y del Amor
Conyugal (antes San José). La única innovación litúrgica que había en este
Latreuticón y que él deseaba ver, eran las efigies anatematizadas de los
tiranos que habían gobernado la Argentina; y la de los grandes próceres de la
Unión Panamericana.
Las efigies
de los próceres estaban en semicírculo o arco a los dos lados del Cristo Vital:
Colón, Washinton, Lors Canning,
Jefferson, Abraham Lincoln, Roosevelt, Miranda, Plutarco Elías Calles, el
mariscal Francia, Batlle y Ordóñez, Rivadavia, José Mármol, y otro que Edmundo
no distinguió. Eran todos autómatas Higgins policromados, de una realidad
asombrosa; se movían y tomaban actitudes dignas y nobles, correspondientes al
desarrollo de la ceremonia. Se había discutido mucho la inserción de otros
próceres, como Belgrano, Lavalle y Sarmiento, pero al fin, el Honorable Senado
los había vetado, por haber sido débiles, y de ideas totalitarias, sobre todo
el último. Más arriba de los próceres y más visibles que ellos, es exquisitos
vitrales que tocaban el comienzo de la cúpula, estaban las figuras horribles de
los tiranos que habían oprimido la Argentina, cabeza abajo y con una gran
flecha que les atravesaba el corazón: Mamerto Esquiú, Juan Manuel de Rojas,
Hipólito Peludo y Simón Perales; junto a los cuales había una innovación que
golpeó a Edmundo y lo obligó a dejar su lugar y encaminarse como podía hacia
adelante para verla mejor: estaban el Cura Loco y su querida Dulcinea,
atrozmente caricaturizados… ¡Imbéciles! –barbotó el policía.
Su Majestad Dulcinea. Leonardo Castellani