En ese momento, una voz ronca interrumpió al Fiscalito, que estaba comentando el
Evangelio de la hija de Jairo:
—Ahora ya no hay más milagros.
—Hay, pero todos son
contra nosotros —dijo otra voz.
—El señor Nuestro Padre Namuncura ha hecho milagros —terció una
voz de mujer
— Puede voltear casas, si quiere.
El Obispo levanto una mano y se hizo un profundo silencio.
La voz primera insistió:
—No hay Cristo. Cristo no ha existido. Es un mito. Todos los
diarios, todos los libros lo dicen. Si Cristo existiría, ahora habría también
milagros a favor nuestro.
El Obispo levanto en la izquierda el relicario que tenia al
pecho:
“En esta bajita de oro —dijo—, además de otras cosas, hay un
pedazo de la verdadera cruz en que murió Jesucristo, nuestro Salvador. Esta cajita
me la dio personalmente el Papa... Esta cajita de oro ha sido labrada por un
gran artista del Renacimiento del siglo XVI, como nuestro hermano aquí, el que
labro el ara. En el siglo XVI, no hace mucho, todos los diarios y libros decían
que Cristo era una realidad, no un mito. Este pedazo de Vera Cruz lo heredó
este Papa del otro Papa anterior, y este del otro, y así en fila sin interrupción
hasta el siglo III. En el siglo III el Emperador Constantino y su madre Santa
Elena hallaron en Jerusalen la verdadera Cruz. Hay miles de testigos de que
esta es la verdadera Cruz; y ha estado siempre a la custodia de todos los
Papas."
—Ahora hay dos Papas —pronuncio la voz ronca— ¿Y como sabemos
cuál es el verdadero? ¿Y como sabemos que allí hay un trozo de la Verdadera
Cruz?
—Mafone —grito severamente el Obispo—, no estamos aquí para
discutir contigo. Si has perdido la fe, vete y denúncianos a la Policía, si te
atreves. Diez veces te he explicado los fundamentos de la fe...
—Nosotros creemos —grito la mujer—, pero la fe se ha vuelto muy
dura. No podemos más.
—Ya lo sé —respondió el Obispo—. Yo tampoco puedo más. Pero creo
que me falta poco. Esperad un momento más, y el que ha de venir vendrá, y no
tardara.
¿Quién de ustedes puede saber que suceso fabuloso puede ocurrir mañana mismo?
¿Creen que Dios no tiene fuerza para fulminar a sus
enemigos, si quiere? Justamente porque sabe que tiene fuerza, por eso se calla.
Así como destruyó siete ciudades el mes pasado de un solo terremoto, así puede
hacer temblar al mundo entero
— ¡Se calla demasiado! —chillo la mujer.
— Habla por medio de nosotros —respondió el aviador Obispo.
— Yo creo —rugió Mafone—, porque mis padres creyeron, cada vez que hablo con Ud.; pero apenas salgo a la calle no creo
mas. No se puede.
—Hay que recomenzar cada día a creer. Lo mismo me pasa a mi.
— Su conducción de Ud. es muy dura. Yo no tengo nada contra Jesucristo, pero su conducción de Ud. es muy dura. ¡Déjenme hablar! ¡Es la ultima vez que hablo! ¡Nos persiguen como a perros y no podemos vengarnos: siempre
aguante, aguante y aguante! Nos echan de todas partes apenas saben que somos viejos
católicos; todos saben que la ley no vale para nosotros, que esta contra nosotros,
y así todos nos patean impunemente. No se puede negociar, no se puede comprar, no se puede vender, ¡no se
puede vivir! .Y todavía nos prohíben que hagamos sabotaje, que saquemos mercaderías,
que nos defendamos a tiros. No puede ser.
—Es que eso es peor y no conduce a nada —dijo el otro— En otras
partes están muchísimo peor.
Levantó un papel de sobre la mesa.
—No puedo leer muchas epístolas hoy —dijo—. Pero aquí hay una
de Norteamérica. Allá la fe esta peor que aquí. Han dado una ley obligando a todos
bajo penas gravísimas, incluso la silla eléctrica, a asistir tres veces por año
al menos a las ceremonias de la nueva religión idolatrica; lo cual es
apostatar; a raíz de la voladura del templo masonico de Massachusetts. ¿Que han
ganado con volar el Templo Masonico?
—¿Y uste no ha volado casas por si acaso? —dijo la mujer.
—Desintegre dos casas sin muerte de nadie cuando creí que
eso podía servir a la causa de los cristofilos. Pero eso se acabo. No tengo posibilidad
de hundir sino una mas. ¿Creen ustedes que eso se hace con un soplo, con una
palabra? Es un invento del finado ingeniero Rotondaro, el que murió junto con
el Irreprochable; pero es necesario que la casa este cruzada de cañería secreta
por donde lanzar los vapores de mercurio y un motorcito oculto, y la mar en
coche. No es tan sencillo. Saben Uds. que fue arquitecto del gobierno antes de
ser de los nuestros. Preparó una cuantas casas, pero aquí en Marel Plata no hay
ya mas que una preparada.
—.Que espera Ud, que no la hace saltar?
- No lo se . Espero la
voluntad de Dios. Es un asunto entre Dios y yo.
Edmundo escuchaba con el mayor asombro. Una multívoca discusión
se enredo entre los oyentes. Oyó que se reprochaban mutuamente falta de caridad
y la escasez de las colectas.
El Obispo grito y domino el tumulto.
—¡Les ruego por amor de Dios y Nuestra Señora que cada uno
se saque la mitad del bocado que tiene en la boca para darlo al prójimo, al más
cercano y al más necesitado! Mi Tesorero aquí (dijo, señalando al señorón)
tiene la caja vacía, pero no se aflijan: la Providencia no nos olvida. Ud.,
Mafone, no tiene fe porque ha dejado la caridad de los de su grupo, Ud. es el
que podría llamarse rico, y es el más agarrado de todos. Obligación no digo que
tenga; pero no se queje después...
***
—¡Mejor es no morir! —gritó Mafone—, Yo tengo aquí un grupo que está conforme conmigo y está disconforme con Ud. Hoy hemos venido a decidir esto: si usté no levanta el reglamento de prohibiciones, nos vamos hoy no podemos ser guerrilleros y no podemos y no podemos seguir en el trabajo en estas condiciones. Asaltar negocios judíos no es robar: es la guerra; ellos nos han robado todo lo que tenemos, ¡Que lo diga el doctor Ocampo!
El señorón manco que estaba detrás del altar dijo con tranquilidad:
—Hoy tienes que ser juzgado, Mafone, después de la comunión. Has hecho un delito.
—¡Me han denunciado! ¡Maldito sea el infame alcahuete! —gritó el italiano.
—Nadie te ha denunciado —respondió el Obispo—. ¿Crees que se puede matar a un sacerdote sin que nadie lo sepa?
—¡Era un apóstata! ¡Se me abalanzó! ¡Lo maté en defensa propia!
—Eso lo dictaminarán los jueces después de la comunión.
—¡No lo permito! Me voy. Jueces por todos lados, ¡dónde vamos! Nos vamos ahora mismo.
Un grupo numeroso, con dos o tres mujeres, se le arrimó; y volviendo grupas todos, se encaminaron a una puerta o boquete...
El negro de la entrada se plantó delante de la salida con una pistola en la mano.
—¡Dejalos salir! —ordenó el Obispo.
—¡Nos van a denunciar, Reverencia! —dijo el negro.
—¡No! —dijo el Obispo—. No pueden hacerlo sin gran peligro.
Déjenlos. Mafone no es un Judas.
Su Majestad Dulcinea (Leonardo Castellani)