En el pequeño coro de la iglesia, en adoración, el Padre Pío escuchaba los lamentos de Jesús, que un día le dijo:
"¡con qué ingratitud es pagado mi amor por parte de los hombres!
Estaría menos ofendido por ellos si los hubiera amado menos... (y en ese momento Jesús calló y suspiraba, y luego retomó) pero ¡ay de mí! ¡Mi corazón está hecho para amar! Los hombres viles y frágiles no se hacen ninguna violencia para vencer las tentaciones, las que por el contrario los deleitan en su iniquidad. Las almas más predilectas por mí, cuando son probadas, decaen, las débiles me abandonan ante el temor y la desesperación y las fuertes se van relajando poco a poco.
Me quedo solo en la noche, sólo de día en las iglesias. No cuidan más del sacramento del altar; no se habla nunca de este sacramento de amor; e incluso aquellos que hablan de él, ¡ay de mí! con que indiferencia, con que frialdad.
Se han olvidado de mi corazón, ninguno se preocupa más de mi amor; estoy siempre entristecido. Mi casa se ha transformado para muchos en un teatro de diversiones; ni siquiera mis ministros, por los que siempre he tenido predilección, a los que he amado como a la pupila de mis ojos, ellos tendrían que consolar a mi corazón lleno de amargura; ellos deberían ayudarme en la redención de las almas, en cambio, ¿quién lo creería? De ellos debo recibir ingratitud y desconocimiento. Veo, hijo mío, a muchos de ellos que... (en ese instante se quedó quieto, los sollozos le cerraron la garganta, lloró en secreto) que bajo aspecto hipócrita me traicionan con comuniones sacrílegas, pisando la luz y las fuerzas que continuamente les doy ... (Epist. I,342)
El Padre Pío adoraba el misterio eucarístico y permanecía aturdido ante la humildad del Hombre-Dios. A Rafaela Cerase le había escrito:
¡Él que es una sola cosa con el Padre, él que es el amor y la delicia del Eterno Padre, a pesar de saber que todo lo que haría en la tierra sería grato y ratificado por su Padre en el cielo, pidió su permiso para quedarse entre nosotros!
¡Cuánto exceso de amor del Hijo por nosotros y al mismo tiempo cuánto exceso de humildad para pedirnos que le permitamos quedarse con nosotros hasta el fin del mundo! ¡Pero cuánto exceso de amor del Padre por nosotros que, luego de haberle visto lastimoso recibiendo pésimos tratamientos, permite a este su Hijo dilecto quedarse todavía entre nosotros, para ser cada día objeto de nuevas injurias!
Este buen Padre, ¿cómo ha podido consentir esto?
¿No bastaba, Oh Padre Eterno, haber permitido una vez que este Hijo tuyo haya sido entregado al furor de los enemigos judíos?
¿Cómo soporta, oh Padre, tu piadosísimo corazón el ver a tu Hijo Unigénito dejado de lado o incluso despreciado por tantos indignos cristianos? (...) ¿Quién, por lo tanto, oh Dios, defenderá este mansísimo Cordero, que nunca abre la boca por su causa y sólo la abre por nosotros?
Padre, no puedo pedirte que saques a Jesús de en medio nuestro, si no ¿cómo podría vivir yo, débil y frágil, sin este alimento eucarístico? Padre santo, te pido que aceleres el fin del mundo o que termines con tanta iniquidad que contra la persona adorable de tu Unigénito, continuamente se permiten (Epist. II. 343)
1 comentario:
Ya antes lo había dicho:
"Oh, generación incrédula!, hasta cuando tendré que estar entre Uds.? Hasta cuando tendré que soportaros?"
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