martes, junio 26

Límites

Eva no aceptó la limitación que Tú ponías a su libertad prohibiéndoles un fruto. El tentador la indujo a razonar contra ese límite a su apetito. Ella vio que el fruto era agradable a los ojos y bueno para comer y comió y dio a su esposo para que comiera. Desdichada Eva ¿limitas tu voluntad a tu apetito? ¿excluyes de tu juicio acerca de lo bueno la voluntad de Dios? ¿No quieres límite a tu querer y piensas dilatarlo para que sea como el de Dios?

A eso la inducía la anti-promesa satánica: "Seréis como dioses". A la que ya era imagen y semejanza se le prometía la igualdad. A la que en su limitación espejaba la perfección sin límites de Dios, se le mentía una posibilidad de ilimitación. Y así incurre Eva en la soberbia y en la envidia. Soberbia es no querer tener límite al querer propio. Envidia es invidencia: perder de vista el bien de los propios límites y considerarlo un mal; ver como bueno el fruto malo y como malo al Dios bueno.


Como consecuencia del rechazo del límite interior, del límite espiritual que la voluntad de Dios ponía a la libertad del hombre; como consecuencia de dejar de amar y comenzar a aborrecer la limitación constituyente de su querer creado, el corazón de la primera pareja, levantado en soberbia, herido de invidencia, comenzó a rechazar todo límite. A la vez descubrió y repudió todos los demás límites de su ser creado, contingente, material, compuesto, frontera de alma y cuerpo, de espíritu y materia. Vio y repudió el límite corporal, el contorno que recubre su piel, sus límites físicos. La promesa de ser como dioses, les abrió los ojos a la realidad frustrante de su pequeñez física. Los candidatos al infinito se terminan en su piel. Por eso los aspirantes a dioses se avergüenzan de ella.

Se avergonzaron de verse desnudos no porque descubrieran la virtud del pudor, sino porque nunca antes habían rechazado avergonzados sus límites físicos. Desde ahora, verse el uno al otro les recordaba que no eran dioses, sino todo lo contrario de seres ilimitados. Sus ojos soberbios se herían en la visión de un ser finito, prisionero de un contorno de piel. Dejaron de amarse a sí mismos tal como habían sido y eran, obras de las manos divinas, amasadas del barro, pero con un soplo de Dios en las narices. Olvidados del soplo, se avergonzaron de lo común con los animales: un cuerpo hasta ahí no más, y sin pelos siquiera para esfumar la rotundez del límite corpóreo. Parecidos en eso a cualquier objeto. Avergonzados de ser "como cualquier cosa" se fueron a ocultar, confundiéndose (la confusión es otro nombre de la vergüenza) entre los vegetales. He ahí otra consecuencia de la soberbia y la invidencia: no querer ser visto tal como uno es y no acepta ser: dioses lampiños.

Horacio Bojorge S.J.
"Mujer por qué lloras"