"Exige una fantástica voluntad de incredulidad suponer que
Jesús nunca realmente «tuvo lugar», y más todavía suponer que nunca dijo las
cosas que de Él se han registrado (tan incapaz era nadie en el mundo de aquella
época de «inventarlas»): tales como «antes de que Abraham existiera Yo
soy» (Juan VIII);«El que me ha visto, ha visto al Padre» (Juan IX); o
la promulgación del Santísimo Sacramento en Juan VI: «El que ha comido mi
carne y bebido mi sangre tiene vida eterna»."
"Por tanto, o bien debemos creer en Él y en lo que dijo y
atenernos a las consecuencias, o rechazarlo y atenernos a las consecuencias. Me
es difícil creer que nadie que haya tomado la Comunión, aun una vez, cuando
menos con la intención correcta, pueda nunca volver a rechazarle sin grave
culpa. (Sin embargo, sólo Él conoce cada una de las almas singulares y sus
circunstancias)."
"La única cura para el debilitamiento de la fe es la
Comunión. Aunque siempre es Él Mismo, perfecto y completo e inviolable, el Santísimo
Sacramento no opera del todo y de una vez en ninguno de nosotros. Como el acto
de Fe, debe ser continuo y acrecentarse por el ejercicio. La frecuencia tiene
los más altos efectos. Siete veces a la semana resulta más nutritivo que siete
veces con intervalos...
A mí me convence el derecho de Pedro, y mirando el mundo a
nuestro alrededor no parece haber muchas dudas (si el Cristianismo es verdad)
acerca de cuál sea la Verdadera Iglesia, el templo del Espíritu, agónico pero
vivo, corrupto pero sagrado, autorreformado y reestablecido."
"Pero para mí esa Iglesia, de la cual el Papa es la cabeza reconocida sobre la tierra, tiene como principal reclamo el que sea la que siempre ha defendido (y defiende todavía) el Santísimo Sacramento, lo ha venerado en grado sumo y lo ha puesto (como Cristo evidentemente lo quiso) en primer lugar. Lo último que encomendó a san Pedro fue «alimenta a mis ovejas»; y como Sus palabras deben siempre entenderse literalmente, supongo que se refieren en primer término al Pan de la Vida. Fue en contra de esto que se lanzó la revolución del Oeste de Europa (o Reforma) -«la blasfema fábula de la Misa»- y la oposición entre las obras y la fe, un mero falso indicio..."
"...Pero me enamoré del Santísimo Sacramento desde un
principio...pero, ¡ay!, no he vivido a su altura. Ahora rezo por vosotros
todos, sin descanso, para que el Curador (el Haelend, como el Salvador era
por lo general llamado en el inglés antiguo) corrija mis defectos y ninguno de
vostros deje de nunca exclamar: Benedictus qui venit in nómine Dómini!”
Es una carta de J.R.R. Tolkien a su hijo Michael, 1 de
Noviembre de 1963(cfr. J.R.R.Tolkien Cartas, selección de Humphrey Carpenter;
carta 250, pp. 393-96. Minotauro, Barcelona 1993).
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