A la mañana siguiente el
buen monje nos acompaña hasta el ingreso. Yo no puedo menos que comentar algo
de la noche fatigosa.
- - El ladrido de unos perros no me dejó dormir muy
bien.
- - Aquí no hay perros – me dijo enseguida frunciendo
un poco el entrecejo… Quedó un momento pensativo hasta que suplico al solitario
que me atienda sólo un minuto
- ¿Cómo puede ser que no haya encontrado en este
lugar la paz que aguardaba?- le pregunté con ansiedad.
- ¿Buscaba usted paz?
- ¡Claro! – respondí con vehemencia
- Vea, mi amigo, la paz no está en este lugar ni
en ninguna parte. La paz sólo se halla en el corazón. Es probable que usted
halle paz aquí… pero sin buscarla forzadamente, en forma casi imperativa.
Quiero decir que este lugar, y en realidad ninguno, tiene que darnos nada “necesariamente”.
El objeto o el fin se da libremente, sin obligaciones, sin utilidad. A ver si
me explico mejor –continuó, bajando la voz- no es posible usufructuar el
silencio ni el retiro. Es decir que este lugar, como tantos otros, no es para
hallar tranquilidad ni, tampoco y mucho menos “renovarnos” para continuar
luego. Nada de eso. Estos muros no se han levantado para proteger a
nadie, ni como garantía de nada. Más bien circundan un espacio de lucha, de una
lucha mas brava que la que se experimenta en el mundo. Pero lo que me parece
más importante es esto de no buscar forzadamente nada en nada. La paz se halla
en el alma en sosiego, y esto no es “necesario” obtenerlo en ningún lugar “determinado”.
Depréndase de usted y libérese de esos condicionamientos que oprimen y vaya
directamente a Dios, dispuesto a descubrir en el misterio lo que Él le dé.