miércoles, febrero 26

Aguantando los trapos

Por suerte cesó el bombardeo y podemos pensar un poco. Al menos antes que empiece de nuevo.

Mucho se ha hablado de sencillez, humildad, austeridad y ejemplo respecto de la vestimenta que usa nuestro Papa Francisco.
Incluso se lo hizo calumniando al anterior Sumo Pontífice pues las comparaciones, siempre son odiosas.

Como no podría ser de otro modo, también Santo Tomás de Aquino se ocupó de los trapos.

No que fuera un crítico de moda, por supuesto, pero si, los trapos, importan.


"En las cosas externas que usa el hombre no hay vicio ninguno, a no ser por parte del hombre que las usa inmoderadamente. Esa falta de moderación puede darse de dos modos. En primer lugar, con relación a la costumbre de los hombres con los que se convive. Por eso dice San Agustín en III Confess.: Los delitos contrarios a las costumbres particulares y usos locales deben evitarse en fuerza de esa misma costumbre. Un convenio establecido en una ciudad o en un pueblo, sea por el uso o por ley, no puede ser pisoteado por el capricho de un ciudadano o de un extranjero. Toda parte que se desarticula del cuerpo es deforme.

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Esta pasión desordenada puede darse de tres formas en lo que se refiere al exceso.

En primer lugar, cuando se busca la vanagloria humana mediante el excesivo ornato en los vestidos y otros objetos. Sobre esto dice San Gregorio en una Homilía: Para algunos no es pecado el uso de vestidos suaves y preciosos. Si realmente no hubiera pecado en ese modo de obrar, no habría Dios descrito al rico que ardía en el infierno vestido de púrpura y seda. Nadie se procura vestidos preciosos, es decir, que excedan la condición de su estado, si no es por vanagloria. En segundo lugar, cuando el hombre busca las delicias de su cuerpo mediante el excesivo cuidado en el vestir, en cuanto que los vestidos son un atractivo para tal goce. En tercer lugar, por la excesiva solicitud empleada en el cuidado del vestido, aunque no exista ningún desorden por parte del fin.

Según estas tres consideraciones, Andrónico asigna tres virtudes al ornato externo. La primera es la humildad, que excluye la intención de vanagloria. Por eso dice que la humildad no se excede en gastos ni en preparativos. La segunda consiste en contentarse con poco, que excluye la intención de regalo. Y dice: El contentarse con poco es el hábito por el que nos contentamos con lo conveniente, y que señala lo que necesitamos para vivir (según lo que dice el Apóstol en 1 Tim: Teniendo alimento y con qué vivir, estemos satisfechos). La tercera es la sencillez que excluye la excesiva solicitud, diciendo que la sencillez es el hábito por el que recibimos las cosas tal como vienen.

El desorden por defecto puede ser, también, doble, según el afecto. 
Primero, por negligencia del hombre, que no pone el cuidado y empeño necesario en usar el ornato externo conveniente. Al respecto, dice el Filósofo, en VII Ethic., que es molicie el dejar que el vestido arrastre por tierra sin levantarlo. En segundo lugar, cuando se ordena a la vanagloria el mismo defecto en el ornato exterior. De ello dice San Agustín, en De Serm. Dom. in Monte: No sólo en el esplendor y pompa corporal, sino en los vestidos más viles y degradantes, se puede buscar vanidad. Y este segundo defecto es más peligroso por presentarse con capa de virtud.Y el Filósofo dice, en IV Ethic., que tanto la superabundancia como la deficiencia desordenada pertenecen al mismo género de jactancia.

sábado, febrero 15

Antinomia total. Tipos incompatibles



Pascal nos dice que hay dos clases de hombres: pecadores que se creen justos y justos que se creen pecadores.
Mediante sus hechos y el perdón que le fue concedido, esta mujer desencadenó el inmenso malentendido que hay respecto de la vieja y la nueva Ley, un malentendido que persiste en la conciencia de muchos bautizados que, por vocación, pertenecen a la Nueva Alianza, y que, sin embargo, por razón de su formación o quizá por una cuestión de reflejos, aún pertenecen a la Antigua.
Son innumerables los cristianos de nuestras parroquias (y se los hallará incluso allí donde hay gente consagrada a la vida religiosa) que aún retienen la noción de una pureza legal que los dispensaría de toda humildad, cuando no de la caridad misma: con tal de que se sientan en paz en lo que a la observancia de reglas externas se refiere y si no por otra cosa, por lo menos que con eso se ganen la aprobación de la opinión pública de los piadosos.
Los del partido de Simón el Leproso son más numerosos que los de María Magdalena.
La antinomia es total, la incompatibilidad entre estas dos razas de hombres es decisiva y no se puede pertenecer a un bando sin enemiga respecto del otro, como se desprende a las claras de muchas de las parábolas de Cristo en que se destaca su dureza con el fariseo y su compasión con los pecadores. Simón el Fariseo se tiene por "puro" y de allí que se convierta en pecador, impenitente porque su pecado consiste en creer que está sin pecado.
María Magdalena se conoce a sí misma, se reconoce, se proclama "impura" y pecadora; y aquí por qué alcanza la fuente de toda pureza.

En esta humildad y en esta contrición encuentra su justificación.