Mucho se ha hablado de sencillez, humildad, austeridad y ejemplo respecto de la vestimenta que usa nuestro Papa Francisco.
Incluso se lo hizo calumniando al anterior Sumo Pontífice pues las comparaciones, siempre son odiosas.
Como no podría ser de otro modo, también Santo Tomás de Aquino se ocupó de los trapos.
No que fuera un crítico de moda, por supuesto, pero si, los trapos, importan.
"En las cosas externas que usa el hombre no hay vicio
ninguno, a no ser por parte del hombre que las usa inmoderadamente. Esa falta
de moderación puede darse de dos modos. En primer lugar, con relación a la
costumbre de los hombres con los que se convive. Por eso dice San Agustín en
III Confess.: Los delitos contrarios a las costumbres particulares y
usos locales deben evitarse en fuerza de esa misma costumbre. Un convenio
establecido en una ciudad o en un pueblo, sea por el uso o por ley, no puede
ser pisoteado por el capricho de un ciudadano o de un extranjero. Toda parte
que se desarticula del cuerpo es deforme.
***
Esta pasión desordenada puede darse de tres formas en lo que se refiere al exceso.
En primer lugar, cuando se busca la vanagloria humana mediante el excesivo ornato en los vestidos y
otros objetos. Sobre esto dice San Gregorio en una Homilía: Para algunos no es pecado el uso de vestidos
suaves y preciosos. Si realmente no hubiera pecado en ese modo de obrar, no
habría Dios descrito al rico que ardía en el infierno vestido de púrpura y
seda. Nadie se procura vestidos preciosos, es decir, que excedan la
condición de su estado, si no es por vanagloria. En
segundo lugar, cuando el hombre busca las delicias
de su cuerpo mediante el excesivo cuidado en el vestir, en cuanto que los
vestidos son un atractivo para tal goce. En tercer lugar, por la excesiva solicitud empleada en el
cuidado del vestido, aunque no exista ningún desorden por parte del fin.
Según estas tres consideraciones, Andrónico asigna tres
virtudes al ornato externo. La primera es la humildad, que excluye la
intención de vanagloria. Por eso dice que la humildad no se excede en gastos
ni en preparativos. La segunda consiste en contentarse con
poco, que excluye la intención de regalo. Y dice: El
contentarse con poco es el hábito por el que nos contentamos con lo
conveniente, y que señala lo que necesitamos para vivir (según lo que dice
el Apóstol en 1 Tim: Teniendo alimento y con qué vivir, estemos
satisfechos). La tercera es la sencillez que excluye la excesiva
solicitud, diciendo que la sencillez es el hábito por el que recibimos las
cosas tal como vienen.
El desorden por
defecto puede ser, también, doble, según el afecto.
Primero, por negligencia del hombre, que no pone el
cuidado y empeño necesario en usar el ornato externo conveniente. Al respecto,
dice el Filósofo, en VII Ethic., que es molicie el dejar que el
vestido arrastre por tierra sin levantarlo. En segundo lugar, cuando se
ordena a la vanagloria el mismo
defecto en el ornato exterior. De ello dice San Agustín, en De Serm. Dom.
in Monte: No sólo en el esplendor y pompa corporal, sino en los vestidos
más viles y degradantes, se puede buscar vanidad. Y este segundo defecto es más peligroso por presentarse con capa de
virtud.Y el Filósofo dice, en IV Ethic., que tanto la
superabundancia como la deficiencia desordenada pertenecen al mismo género de
jactancia.