¿Acaso no es
evidente que es necesario mucho empeño, mucho ahínco, para acceder a la verdad
en materia religiosa? Y, por otra parte, ¿no resulta habitual que aquellos que
disponen de mayores talentos intelectuales se inclinan a dispensarse del
necesario trabajo y se ven más tentados de indolencia?
¿No lo vemos acaso en el
caso de los niños——que cuando más inteligentes, son más perezosos precisamente
porque confían en su propia habilidad y capacidad de comprensión?
Y sin
embargo, por cierto que en el mundo esto resulta continuamente olvidado. En
cierta medida esto se olvida incluso entre los mejores cristianos ya que ningún
hombre busca averiguar cuál es la Voluntad de Dios y seguirla con un empeño que
esté a la altura de la empresa, con un ahínco a la medida de la importancia de
su objeto. Pero, por no caer en rigorismos, consideremos por un instante con
cuanto afán los hombres por lo general se abocan a obtener los bienes de este
mundo; y comparémoslo con la intensidad con que buscan conocer la verdad de la
palabra de Dios.
Innegablemente entonces, así como Dios nos dice que El no se
revela sino a quién lo busca, del mismo modo tan cierto es esto que si no
ponemos mayor afán en buscarlo a Dios es precisamente porque esta verdad no nos
ha hecho mella.
No hay ilusión más extendida que ésta de que obtendremos
conocimientos religiosos naturalmente, sin tomarnos demasiado trabajo.
Aunque
no hay arte o negocio de este mundo que se pueda aprender sin tiempo y
esfuerzo, sin embargo comúnmente se cree que el conocimiento de Dios y de su
Voluntad nos será revelado como por accidente o por un proceso natural.
Los
hombres se comportan según sus sentimientos e inclinaciones; se dejan guiar por
aquello que está de moda o que está más al alcance de la mano.
Les parece gran
cosa si de vez en cuando tienen pensamientos serios, si de vez en cuando abren
la Biblia; y con gran satisfacción rememoran aquellas ocasiones como si
hubiesen hecho una gran cosa sin recordar jamás que buscar y obtener verdades
religiosas requiere un trabajo largo y sistemático.
Y luego están aquellos
otros que creen que la educación lo hará todo por ellos, y que si aprenden a
leer y a utilizar palabras religiosas, comprenderán qué cosa es la religión. Y
más aun, hay quienes sostienen que no es necesario esfuerzo alguno para acceder
a la verdad.
Dicen que la verdad religiosa es sencilla y fácil de adquirir; que
las Escrituras, habiendo sido destinada a todos, resultan igualmente fáciles de
aprehender por todos, que no tiene dificultades y que si las tuviera no sería
Palabra de Dios para todos.
Por último hay quienes admiten que sí hay
dificultades en religión y que justamente eso demuestra que resulta indiferente
el que uno se ponga o no a tratar de desentrañar esos peliagudos asuntos.
De
estas y de otras maneras los hombres se engañan en esta materia dejándose
llevar por la dejadez.