jueves, noviembre 24

Libertad, libertad, libertad





La definición argentina de hombre libre tal vez no sea muy filosófica pero es bien argentina. Dice así:





"Me siento libre... La justicia de Dios está más alta que la soberbia de los hombres. El hombre verdaderamente libre es aquel que excento de temores infundados y deseos innecesarios en cualquier país y cualquier condición en que se halle, está sujeto [es decir libremente cautivo] a los mandatos de Dios, al dictado de su conciencia y a los dictámenes de la sana razón..."


Carta de Don Juan Manuel de Rozas desde el destierro a doña Josefa Gómez: paréntesis mío





Leonardo Castellani. Esencia del liberalismo. Biblioteca del pensamiento Nacionalista Argentino. T. VII






miércoles, noviembre 2

Sin pólvora


Marienne Mollmann y Juan Carlos Vega merecen una andanada del Artillero Padilla por su promoción de la aberrante perversión que es el aborto.


Pero no solo de pólvora viven los artilleros.

Mientras pueden siguen peleando, descargando sobre el enemigo proyectiles, andanadas o piedras.


Pero también hay un tiempo para sentarse, chala en mano, junto a los deformados cañones, a esperar que vengan nomás.
Capaz que no pero, cuando en nuestra patria la aberración del aborto sea libre(?), segura (?) y hasta obligatoria (!!!), la sangre de Chilavert será mi Patria.


MARTINIANO CHILAVERT

Así cayó. Encomendando
su alma a Dios y carajeando a sus matadores;
porque de vez en cuando
conviene sacudirse del cuerpo los rencores.

Y nada para eso,
nada más oportuno
que aprovechar el último suceso:
cuando le da a la muerte por meterse con uno.

Cayó de frente, herido
de un tiro entre los ojos,
y el corazón partido
por el fierro ciruja, mendicante de quemas y despojos.

Porque él había jurado
ante la Patria rota
morir así, de frente, sosteniéndola, por su honor de soldado,
la vista a la derrota

Contra él nada pudo,
sino matarle el odio brasilero.
(a Dios se le hizo un nudo
en la garganta, cuando vio el desafuero)

Pero murió de frente,
como tenía
calculado, morir, mientras de repente
se le acabó la pólvora de su batería.

La perrada extranjera
exigía el tributo
de su sangre, para que fuera
mayor el deshonor, mayor el luto
(porque usted, Coronel,
era la Patria, la patria que, de borbotón en borbotón,
estrujando un clavel
entre las manos, pisaba el último escalón.)

Ignacio B. Anzoategui

(Poema publicado en “El fusilado de Caseros. La gloria trágica de Martiniano Chilavert”, de Francisco Hipólito Uzal. 1974

martes, septiembre 13

Promesas






Sin duda, existe actualmente una confederación del mal, que recluta sus tropas de todas partes del mundo, organizándose a sí misma, tomando las medidas para encerrar a la Iglesia de Cristo como en una red, y preparando el camino para una Apostasía general. No podemos sabier si de esta misma Apostasía nacerá el Anticristo, o si él será todavía retrasado, como lo ha sido por tanto tiempo; pero en rodo caso esta Apostasía, y todos sus signos e instrumentos, son del Maligno, y tienen un sabor de muerte.




¡Dios nos guarde de contarnos entre aquellos ingenuos que caen en la trampa que se está tendiendo a nuestro alrededor! ¡Dios nos libre de ser seducidos por las bellas promesas en las cuales Satán ha ocultado seguramente su ponzoña! ¿Creéis acaso que él es tan inexperto en su arte como para invitarlos en forma abierta y clara a unirse a él en el combate contra la Verdad? No, él les ofrece cebos para tentarlos. Les promete libertad civil; les promete igualdad; les promete comercio y riqueza; les promete exención de impuestos; les promete reformas. Éste es el modo en que encubre el verdadero asunto al cual los va conduciendo; los tienta a rebelarse contra sus gobernantes y superiores; él hace eso mismo y los induce a imitarlo; les promete iluminación, ofreciéndoles conocimiento, ciencia, filosofía, ensanchamiento de la mente. Él se burla de los tiempos pasados y se mofa de toda institución que los venere. Él les sopla lo que deben decir, y luego los escucha, los alaba y los alienta. El los incita a ascender a la cima. Les enseña cómo convertirse en dioses. Luego se ríe y hace bromas e intima con vosotros; los toma de la mano, pone sus dedos entre los vuestros, los agarra, y entonces ya le pertenecéis.




¿Consentiremos nosotros los cristianos en tener parte en este asunto? ¿Ayudaremos, aun con nuestro dedo meñique, al Misterio de Iniquidad que lucha por nacer, y que convulsiona al mundo con sus dolores? “¡Alma mía, no entres en su consejo; no te unas a su asamblea, honra mía!”(Gen. 49,6)




“¿Qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? […] Por tanto, salid de entre ellos y apartaos” (2 Cor 6, 14,17) de otro modo seréis cooperadores de los enemigos de Dios, y estaréis abriendo el camino para el Hombre de Pecado, el hijo de perdición.




John H. Newmann







Cuatro Sermones sobre el Anticristo. 2° ed. (Trad. Carlos Baliña)




(Ed. del Pórtico)

lunes, agosto 8

Esperando sin fuerzas






Dios no da la gracia a los hombres de tal modo que se suspendan las funciones y procesos de la naturaleza. 0 bien permite que la naturaleza se acomode a la gracia y la sirva de tal modo que la obra buena sea hecha con más facilidad., o, caso de que la naturaleza esté dispuesta a resistir, Dios hace que esta misma resistencia, vencida y subyugada por la gracia, aumente el mérito de la obra, precisamente en razón de que era difícil de llevar a cabo.




Sabía Cristo que muchas personas de constitución débil se llenarían de terror ante el peligro de ser torturadas, y quiso darles ánimo con el ejemplo de su propio dolor, su propia tristeza, su abatimiento y miedo inigualable. De otra manera, desanimadas esas personas al comparar su propio estado temeroso con la intrépida audacia de los más fuertes mártires, podrían llegar a conceder sin más aquello que temen les será de todos modos arrebatado por la fuerza. A quien en esta situación estuviera y parece como si Cristo se sirviera de su propia agonía para hablarle con vivísima voz:




-"Ten valor, tú que eres débil y flojo, y no desesperes. Estás atemorizado y triste, abatido por el cansancio y el temor al tormento. Ten confianza. Yo he vencido al mundo, y a pesar de ello sufrí mucho más por el miedo y estaba cada vez más horrorizado a medida que se avecinaba el sufrimiento. Deja que el hombre fuerte tenga como modelo mártires magnánimos, de gran valor y presencia de ánimo. Deja que se llene de alegría imitándolos. Tú, temeroso y enfermizo, tómame a Mí como modelo. Desconfiando de ti, espera en Mí. Mira cómo marcho delante de ti en este camino tan lleno de temores. Agárrate al borde de mi vestido, y sentirás fluir de él un poder que no permitirá a la sangre de tu corazón derramarse en vanos temores y angustias; hará tu ánimo más alegre, sobre todo cuando recuerdes que sigues muy de cerca mis pasos -fiel soy, y no permitiré que seas tentado má s allá de tus fuerzas, sino que te daré, junto con la prueba, la gracia necesaria para soportarla-, y alegra también tu ánimo cuando recuerdes que esta tribulación leve y momentánea se convertirá en un peso de gloria inmenso. Porque los sufrimientos de aquí abajo no son comparables con la gloria futura que se manifestará en ti. Saca fuerza de la consideración de todo esto y arroja el abatimiento y la tristeza, el miedo y el cansancio, con el signo de mi cruz y como si sólo fueran vanos espectros en las tinieblas. Avanza con brío y atraviesa los obstáculos firmemente confiado en que yo te apoyaré y dirigiré tu causa hasta que seas proclamado vencedor. Te premiaré entonces con la corona de la victoria."




Entre las razones por las que nuestro Salvador tomó sobre sí mismo las pasiones de la natural debilidad humana, esta última de la que acabo de hablar no es menos digna de consideración. Quiero decir que de verdad se hizo débil por causa del débil, para poder así atender a otros hombres débiles gracias, precisamente, a su propia debilidad. Tan impresa tenía en su corazón la preocupación por nuestra felicidad que todo el proceso de su agonía no parece haber sido delineado sino para dejar bien asentada toda una disciplina de lucha y un método para el soldado que, débil y temeroso, necesita ser empujado -por así decir- al martirio.




La Agonía de Cristo




Santo Tomás Moro





jueves, junio 16

Querría dejar de amarlos











En el pequeño coro de la iglesia, en adoración, el Padre Pío escuchaba los lamentos de Jesús, que un día le dijo:



"¡con qué ingratitud es pagado mi amor por parte de los hombres!



Estaría menos ofendido por ellos si los hubiera amado menos... (y en ese momento Jesús calló y suspiraba, y luego retomó) pero ¡ay de mí! ¡Mi corazón está hecho para amar! Los hombres viles y frágiles no se hacen ninguna violencia para vencer las tentaciones, las que por el contrario los deleitan en su iniquidad. Las almas más predilectas por mí, cuando son probadas, decaen, las débiles me abandonan ante el temor y la desesperación y las fuertes se van relajando poco a poco.







Me quedo solo en la noche, sólo de día en las iglesias. No cuidan más del sacramento del altar; no se habla nunca de este sacramento de amor; e incluso aquellos que hablan de él, ¡ay de mí! con que indiferencia, con que frialdad.







Se han olvidado de mi corazón, ninguno se preocupa más de mi amor; estoy siempre entristecido. Mi casa se ha transformado para muchos en un teatro de diversiones; ni siquiera mis ministros, por los que siempre he tenido predilección, a los que he amado como a la pupila de mis ojos, ellos tendrían que consolar a mi corazón lleno de amargura; ellos deberían ayudarme en la redención de las almas, en cambio, ¿quién lo creería? De ellos debo recibir ingratitud y desconocimiento. Veo, hijo mío, a muchos de ellos que... (en ese instante se quedó quieto, los sollozos le cerraron la garganta, lloró en secreto) que bajo aspecto hipócrita me traicionan con comuniones sacrílegas, pisando la luz y las fuerzas que continuamente les doy ... (Epist. I,342)





El Padre Pío adoraba el misterio eucarístico y permanecía aturdido ante la humildad del Hombre-Dios. A Rafaela Cerase le había escrito:




¡Él que es una sola cosa con el Padre, él que es el amor y la delicia del Eterno Padre, a pesar de saber que todo lo que haría en la tierra sería grato y ratificado por su Padre en el cielo, pidió su permiso para quedarse entre nosotros!

¡Cuánto exceso de amor del Hijo por nosotros y al mismo tiempo cuánto exceso de humildad para pedirnos que le permitamos quedarse con nosotros hasta el fin del mundo! ¡Pero cuánto exceso de amor del Padre por nosotros que, luego de haberle visto lastimoso recibiendo pésimos tratamientos, permite a este su Hijo dilecto quedarse todavía entre nosotros, para ser cada día objeto de nuevas injurias!



Este buen Padre, ¿cómo ha podido consentir esto?



¿No bastaba, Oh Padre Eterno, haber permitido una vez que este Hijo tuyo haya sido entregado al furor de los enemigos judíos?



¿Cómo soporta, oh Padre, tu piadosísimo corazón el ver a tu Hijo Unigénito dejado de lado o incluso despreciado por tantos indignos cristianos? (...) ¿Quién, por lo tanto, oh Dios, defenderá este mansísimo Cordero, que nunca abre la boca por su causa y sólo la abre por nosotros?



Padre, no puedo pedirte que saques a Jesús de en medio nuestro, si no ¿cómo podría vivir yo, débil y frágil, sin este alimento eucarístico? Padre santo, te pido que aceleres el fin del mundo o que termines con tanta iniquidad que contra la persona adorable de tu Unigénito, continuamente se permiten (Epist. II. 343)

viernes, junio 3

A la 1 a las 2 y a las ... 3








…«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse» (Hch 1,11).





Con eso queda confirmada la fe en el retorno de Jesús, pero al mismo tiempo se subraya una vez más que no es tarea de los discípulos quedarse mirando al cielo o conocer los tiempos y los momentos escondidos en el secreto de Dios. Ahora su tarea es llevar el testimonio de Cristo hasta los confines de la tierra.



La fe en el retorno de Cristo es el segundo pilar de la confesión cristiana. Él, que se ha hecho carne y permanece Hombre sin cesar, que ha inaugurado para siempre en Dios el puesto del ser humano, llama a todo el mundo a entrar en los brazos abiertos de Dios, para que al final Dios se haga todo en todos, y el Hijo pueda entregar al Padre al mundo entero asumido en Él (cf. 1 Co 15,20-28). Esto implica la certeza en la esperanza de que Dios enjugará toda lágrima, que nada quedará sin sentido, que toda injusticia quedará superada y establecida la justicia. La victoria del amor será la última palabra de la historia del mundo.



Como actitud de fondo para el «tiempo intermedio», a los cristianos se les pide la vigilancia. Esta vigilancia significa, de un lado, que el hombre no se encierre en el momento presente, abandonándose a las cosas tangibles, sino que levante la mirada más allá de lo momentáneo y sus urgencias.




De lo que se trata es de tener la mirada puesta en Dios para recibir de Él el criterio y la capacidad de obrar de manera justa.



Por otro lado, vigilancia significa sobre todo apertura al bien, a la verdad, a Dios, en medio de un mundo a menudo inexplicable y acosado por el poder del mal. Significa que el hombre busque con todas las fuerzas y con gran sobriedad hacer lo que es justo, no viviendo según sus propios deseos, sino según la orientación de la fe. Todo eso está explicado en las parábolas escatológicas de Jesús, particularmente en la del siervo vigilante (cf. Lc 12,42- 48) y, de otra manera, en la de las vírgenes necias y las vírgenes prudentes (cf. Mt 25,1-13).



Pero ¿cuál es la situación de la existencia cristiana respecto al retorno del Señor? ¿Lo esperamos de buena gana o no? Ya Cipriano de Cartago (t 258) se vio en la necesidad de exhortar a sus lectores a que el temor ante las grandes catástrofes o ante la muerte no les alejara de la oración por el retorno de Cristo.



¿Debemos acaso apreciar más el mundo que está declinando que al Señor que, no obstante, esperamos?



El Apocalipsis termina con la promesa del retorno del Señor e implorando que se cumpla: «El que atestigua esto responde: "Sí, vengo enseguida". Amén. ¡Ven, Señor Jesús!» (22,20). Es la oración de la persona enamorada que, en la ciudad asediada y oprimida por tantas amenazas y los horrores de la destrucción, espera necesariamente con afán la llegada del Amado, que tiene el poder de romper el asedio y traer la salvación. Es el grito lleno de esperanza que anhela la cercanía de Jesús en una situación de peligro, en la que sólo Él puede ayudar.





Pablo pone al final de la Primera Carta a los Corintios la misma oración según la formulación aramea, pero que puede ser dividida y, por tanto, también entendida de dos maneras diferentes: «Marana tha» («Ven, Señor»), o bien, «Marana tha» («El Señor viene»). En este doble modo de lectura se puede ver claramente la peculiaridad de la espera cristiana de la llegada de Jesús. Es al mismo tiempo el grito: «Ven»; y la certeza llena de gratitud: «Él viene».





Sabemos por la Didaché (ca. 100) que este grito formaba parte de las plegarias litúrgicas de la celebración eucarística de los primeros cristianos; aquí se encuentra también concretamente la unidad de los dos modos de lectura. Los cristianos invocan la llegada definitiva de Jesús y ven al mismo tiempo con alegría y gratitud que ya ahora Él anticipa esta llegada: ya ahora viene a estar entre nosotros.






La oración cristiana por el retorno de Jesús contiene siempre también la experiencia de su presencia. Esta plegaria nunca se refiere exclusivamente al futuro. Sigue siendo válido precisamente lo que ha dicho el Resucitado: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Él está con nosotros ahora, y de modo particularmente denso en la presencia eucarística. Pero, viceversa, la experiencia cristiana de la presencia lleva también en sí misma la tensión hacia el futuro, hacia la presencia definitivamente cumplida: la presencia de ahora no es todavía completa. Impulsa más allá de ella misma Nos pone en camino hacia lo definitivo.






Me parece oportuno aclarar aún, mediante dos expresiones diferentes de la teología, esta tensión intrínseca de la espera cristiana del retorno, espera que ha de caracterizar la vida y la oración cristiana. En el primer domingo de Adviento, el breviario romano propone a los orantes una catequesis de Cirilo de Jerusalén (Cat. XV,1-3: PG 33,870-874), que comienza con estas palabras: «Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda... Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno de Dios, desde toda la eternidad; otro de la Virgen en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero silencioso..., el otro manifiesto, todavía futuro». Esta doctrina sobre la doble venida ha dejado su sello en el cristianismo y forma parte del núcleo del anuncio del Adviento. Todo esto es correcto, pero insuficiente.






Apenas unos días después, el miércoles de la primera semana de Adviento, el breviario ofrece una interpretación tomada de las homilías de Adviento de san Bernardo de Claraval, en la cual se expresa una visión complementaria. En ella se lee: «Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia (adventus medius)... En la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y, en la última, en gloria y majestad» (In Adventu Domini, serm. III, 4.V, 1: PL 183, 45A.5050C-D). Para confirmar su tesis, Bernardo se remite a Juan14, 23: «El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él».






Se habla explícitamente de una «venida» del Padre y del Hijo: es la escatología del presente, que Juan desarrolla. En ella no se abandona la espera de la llegada definitiva que cambiará el mundo, pero muestra que el tiempo intermedio no está vacío: en él está precisamente el adventus medius, la llegada intermedia de la que habla Bernardo. Esta presencia anticipadora forma parte sin duda de la escatología cristiana, de la existencia cristiana.






Aunque la expresión adventus medius era desconocida antes de Bernardo, su contenido existía ya desde el principio en toda la tradición cristiana de distintas maneras. Recordemos que san Agustín, por ejemplo, veía las palabras del anuncio en la nube sobre la que viene el Juez universal: las palabras del mensaje transmitidas por los testigos son la nube en la que Cristo viene al mundo; ya ahora. Así se prepara al mundo para la venida definitiva. Las modalidades de esta «venida intermedia» son múltiples: el Señor viene en su Palabra; viene en los sacramentos, especialmente en la santa Eucaristía; entra en mi vida mediante palabras o acontecimientos.






Pero hay también modalidades de dicha venida que hacen época. El impacto de dos grandes figuras —Francisco y Domingo— entre los siglos XII y XIII, ha sido un modo en que Cristo ha entrado de nuevo en la historia, haciendo valer de nuevo su palabra y su amor; un modo con el cual ha renovado la Iglesia y ha impulsado la historia hacia sí. Algo parecido podemos decir de las figuras de los santos del siglo XVI: Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, llevan consigo nuevas irrupciones del Señor en la historia confusa de su siglo, que andaba a la deriva alejándose de Él. Su misterio, su figura, aparece nuevamente; y, sobre todo, se hace presente de un modo nuevo su fuerza, que transforma a los hombres y plasma la historia.






Por tanto, ¿podemos orar por la venida de Jesús? ¿Podemos decir con sinceridad: «¡Marana tha!: ¡Ven, Señor Jesús!»?




Sí, podemos y debemos. Pedimos anticipaciones de su presencia renovadora del mundo. En momentos de tribulación personal le imploramos: Ven, Señor Jesús, y acoge mi vida en la presencia de tu poder bondadoso. Le rogamos que se haga cercano a los que amamos o por los que estamos preocupados. Pidámosle que se haga presente con eficacia en su Iglesia.






Y ¿por qué no le pedimos también que nos dé hoy nuevos testigos de su presencia, en los que Él mismo se acerque a nosotros? Y esta oración, que no apunta directamente al fin del mundo, pero que es una verdadera súplica de su venida, conlleva toda la amplitud de aquella oración que Él mismo nos ha enseñado: «Venga a nosotros tu reino», ¡Ven, Señor Jesús!






Volvamos una vez más a la conclusión del Evangelio de Lucas. Jesús llevó a los suyos cerca de Betania, se nos dice. «Levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo hacia el cielo» (24,50s). Jesús se va bendiciendo, y permanece en la bendición. Sus manos quedan extendidas sobre este mundo. Las manos de Cristo que bendicen son como un techo que nos protege. Pero son al mismo tiempo un gesto de apertura que desgarra el mundo para que el cielo penetre en él y llegue a ser en él una presencia.






En el gesto de las manos que bendicen se expresa la relación duradera de Jesús con sus discípulos, con el mundo. En el marcharse, Él viene para elevarnos por encima de nosotros mismos y abrir el mundo a Dios. Por eso los discípulos pudieron alegrarse cuando volvieron de Betania a casa. Por la fe sabemos que Jesús, bendiciendo, tiene sus manos extendidas sobre nosotros. Ésta es la razón permanente de la alegría cristiana.



Jesus de Nazareth (2)


Benedicto XVI

lunes, mayo 9

Reciente reputación



Ahora entre nosotros la Orden mas santa está en vías de convertirse en la porción más vil de todas. Pues la sede principal se obtiene por mala conducta más que por virtud, y las sedes no pertenecen a los más dignos sino a los más poderosos.

Con facilidad y sin esfuerzos se toma para mandar a cualquiera de reciente reputación que, apenas instalado, se lanza como lo hacen los gigantes de la fábula.

Hacemos santos de un día para otro, y pretendemos que tengan sabiduría los que ni siquiera la han aprendido y que no han aportado a la función que acceden más que el deseo de encaramarse en ella.

(San Gregorio Nacianceno, Orat. 43)



Tomado de "La Iglesia de los Padres" del Beato J. H. Newman. p.87/8

martes, mayo 3

Muggles











El liberalismo ilustrado es ciego para el mal en el mundo: lo mismo para el demoníaco poder del adversarius diabolus, el "enemigo malo", que para ese otro poder, henchido de misterio, de la ofuscación del hombre y la perversión de la voluntad. En el peor de los casos, no le parece el poder del mal tan "seriamente" peligroso como para que no sea posible "tratar" y "discutir" con él.





En la imagen del mundo del liberalismo se extingue el "no" inquietante, inexorable y despiadado, que es para el cristiano una realidad evidente. La vida moral del hombre es falsamente transmutada en una ingenuidad aheroica y sin riesgo; el camino de la perfección se nos aparece así como un "despliegue" o "evolución" de tipo vegetal, que alcanza su bien sin necesidad de combatir.





La piedra angular de la teoría cristiana de la vida es por el contrario, el concepto de bonum arduum o bien arduo, cuyo radio de acción transciende el de la mano que se extiende sin esfuerzo.





El liberalismo no puede menos de calificar sin sentido a la verdadera fortaleza que se esfuerza en el combate, antojándosele sin remedio ser un "estúpido" el hombre que participa de semejante virtud.





Hay no obstante, por otra parte, una fortaleza paradójicamente nacida del liberalismo, como consecuencia y protesta a la vez, que cree tener derecho a reclamar la corona del heroísmo para la ciega "exposición" y la "total" entrega al peligro, mientras hace alarde de la mas absoluta indiferencia por saber cuales son los motivos de la acción.




Josef Pieper
Fortaleza: Introducción.
Las Virtudes Fundamentales

jueves, marzo 17

San Patricio



"Impímid ort a ógánaigh (naofa), teacht agus siúl arís inár measc."


“Te rogamos, niño santo que vengas y andes todavía entre nosotros.”

miércoles, marzo 9

Nuevo ayuno y abstinencia (by J. H. Newman)



La entrega a Dios


Supongo que a muchas personas habrá chocado el que en los últimos tiempos se hayan relajado tanto la rigidez y severidad le la religión de las primeras épocas. Ha tenido lugar un abandono gradual de los deberes duros, que en un principio se exigían por encima de todo. Hubo un tiempo en que todas las personas, para hablar en general, se abstenían de comer carne durante toda la Cuaresma. Sobre este punto: a la vez ha habido más dispensas y este mismo año una reciente. ¿Qué significa esto? ¿Qué consecuencia podemos sacar?


Es ésta una cuestión que vale la pena considerar. Pueden darse varias respuestas, pero me voy a limitar a una de ellas.


Yo respondo que


… el ayuno es sólo una rama de un deber grande e importante: nuestra subordinación a Cristo. Debemos entregarle todo lo que tenemos, todo lo que somos, no debemos retener nada. Debemos presentar ante El, como cautivos con los que puede hacer lo que quiera, nuestra alma y nuestro cuerpo, nuestra razón, nuestro criterio, nuestros afectos, nuestra imaginación, nuestros sentidos, nuestro deseo. Lo importante es subordinarnos, pero en la forma particular en la que debe expresarse el gran precepto del autodominio y la propia entrega, que depende de la persona como tal y del tiempo o el lugar.


Lo que está bien en una época o una persona, no lo está en otras.


Hay otros ejemplos de cambios. Así, la devoción a los santos es una práctica católica. Está fundamentada en una clara doctrina católica y ha sido siempre la misma desde el principio. Sin embargo es cierto que el objeto principal de dicha devoción ha variado a través de los tiempos, y ahora, igualmente, varía según los individuos, de tal manera que una persona tiene devoción a un santo y otra a otro; y de modo semejante ha variado ampliamente en la Iglesia; por ejemplo, justo al principio, los mártires acapararon la atención principal, como era natural. Era lógico, cuando los amigos iban muriendo diariamente bajo la espada o empalados ante sus ojos, que los cristianos dirigieran su devoción, en primera instancia, a los espíritus glorificados de aquéllos. Cuando quedó garantizado un tiempo de paz externa, el pensamiento de la Santísima Virgen tomó su puesto en los corazones de los fieles y hubo una devoción a Ella mayor que antes. Y este pensamiento de la Santísima Virgen ha crecido con más fuerza y claridad y con mayor influjo sobre las mentes de la Iglesia. Los siervos devotos de María eran relativamente pocos en los primeros tiempos; ahora hay muchos.


Otro ejemplo: la lucha actual contra los espíritus malignos podría parecer muy diferente de lo que fue en los primeros tiempos. Ellos atacan en una época civilizada de manera más sutil que en época primitiva. En la vida de los santos y en otros lugares, leemos acerca del espíritu maligno como mostrándose y luchando con ellos cara a cara; pero ahora esos experimentados y sutiles espíritus se encuentran que es más conveniente para ellos no mostrarse a sí mismos, o por lo menos no tanto. Consideran más interesante dejar extinguir gradualmente en las mentes de los hombres la idea de su existencia, para, no siendo reconocidos, poder hacer más daño. Y asaltan a los hombres de una manera más sutil; no groseramente, mediante alguna tentación burda que cualquiera puede entender, sino de alguna forma más refinada. Se dirigen a nuestro orgullo y a nuestra propia estimación, o a nuestro amor al dinero, o a la comodidad, o a nuestro afán de ostentación, o a nuestra razón depravada, y de este modo dominan realmente a personas que parecen, a primera vista, completamente superiores a la tentación.


Apliquemos ahora estos ejemplos al caso que nos importa. De lo dicho no se sigue que a vosotros no os concierna nada en cuanto a mortificación, aunque no tengáis que ayunar tan rígidamente como antiguamente. Es razonable pensar que puede ocupar su lugar algún otro deber del mismo tipo general, y, por lo tanto, el permiso concedido para comer nos puede sugerir que seamos más severos, en cambio, en otro particular.


Y esta hipótesis está confirmada por la historia de las tentaciones de Nuestro Señor en el desierto. La cosa empezó, observaréis, con un intento por parte del espíritu maligno para hacerle romper impropiamente su ayuno. Empezó, pero no terminó ahí. No fue más que la primera de las tres tentaciones, y las otras dos fueron dirigidas más a su mente que a sus deseos materiales. Una fue que se arrojara desde lo alto del pináculo, la otra la oferta de todos los reinos del mundo. Eran tentaciones más sutiles. Ahora bien, hemos empleado sutil y es necesaria alguna explicación.


Por tentación sutil o pecado sutil quiero indicar uno difícil de descubrir. Todo el mundo sabe lo que es romper los diez mandamientos, el primero, el segundo, el tercero, etcétera. Cuando una cosa está ordenada directamente y el demonio nos tienta para que la quebrantemos, no se trata de una tentación sutil, sino de una burda y grosera. Pero hay un gran número de cosas malas que no son tan evidentemente malas. Son malas porque conducen a lo que es malo o porque son malas las consecuencias; o son malas porque son lo mismo que aquello que está prohibido, pero disfrazado y considerado desde otro punto de vista. La mente humana es muy engañosa; cuando algo está prohibido, no gusta hacerlo directamente, pero se hace lo prohibido si se puede conseguir por algún camino. Es como un hombre que tiene que llegar a un lugar determinado. Primero intenta ir en línea recta, pero encuentra el camino bloqueado; entonces da un rodeo. Al principio no pensaríais que va en la dirección correcta; empieza quizá formando un ángulo recto con ella, pero inmediatamente hace una pequeña curva, luego otra, hasta que, por fin, va a su destino. O también, es como un buque navegando con viento contrario; pero tomando primero esta dirección, y después aquélla, los marinos consiguen, por fin, alcanzar su destino. Este, pues, es un pecado sutil, que al principio parece que no es pecado, pero acaba, mediante un rodeo, en el mismo punto que un pecado directo y claro.


Pongamos algunos ejemplos. Si el demonio tentara a alguien a salir al camino a robar, ésta sería una tentación clara y directa; pero si le tentara a hacer algo injusto en el curso de un negocio, que perjudicara a otro y le favoreciera a él mismo, sería una tentación más sutil. El hombre tomaría lo que era de su prójimo, pero su conciencia no se impresionaría tanto. Así, el equívoco es un pecado más sutil que la mentira directa. De la misma forma, una persona sin intoxicarse puede, sin embargo, comer demasiado. La glotonería es un pecado más sutil que la embriaguez, porque no se nota tanto. Asimismo, los pecados del alma son más sutiles que los del cuerpo. La infidelidad es un pecado más sutil que la liviandad.


Incluso en el caso de Nuestro Señor, el tentador empezó dirigiéndose a los deseos materiales. Había ayunado durante cuarenta días y estaba hambriento. Por eso el demonio le tentó para que comiera. Pero cuando El no consintió, el tentador continuó con unas tentaciones más sutiles. Tentó su orgullo espiritual y su ambición de poder. Muchos hombres que evitarían la intemperancia no repararían en su pecado de ansia de poder o su orgullo por sus dotes espirituales; esto es, reconocerían que estas cosas son malas, pero no verían que eran culpables de ellas.


Además, observo que una edad civilizada está más expuesta a los pecados sutiles que una edad ruda. ¿Por qué? Por esta sencilla razón, porque es más fértil en excusas y evasiones. Se puede defender el error y cegar así los ojos de aquellos que no tienen una conciencia muy vigilante. Se puede hacer plausible el error, se puede hacer considerar el vicio como virtud. El pecado se dignifica con nombres elegantes; a la avaricia se la designa como el propio cuidado de la familia, o de la industria; al orgullo se le llama independencia; a la ambición, grandeza de espíritu; al resentimiento, amor propio y sentido del honor, y así sucesivamente.


Tal es esta época, y por eso la forma de negarnos a nosotros mismos debe ser muy distinta de la de una época primitiva. A los bárbaros recientemente convertidos, o a las muchedumbres belicosas, de fiero espíritu y de gran fuerza, nada podía domarles mejor que el ayuno. Pero nosotros somos muy diferentes. Sea por el curso natural de los siglos, sea por nuestro modo de vivir, por la amplitud de nuestras ciudades o por otras causas, el caso es que nuestras fuerzas son débiles y no podemos soportar lo que aguantaban nuestros antecesores. Así, hay muchas personas que de alguna manera deben ser dispensadas, bien por su duro trabajo, o bien porque nunca poseen lo suficiente y no se les puede pedir tal restricción en Cuaresma. Estas son razones por las cuales la ley del ayuno no es tan estricta hoy como lo fue una vez. Y permitidme que os diga que la ley que la iglesia nos impone ahora, aunque indulgente, es, sin embargo, estricta también. Prueba a una persona. Para la mayoría de la gente es prueba una sola comida al día, aunque algunos días esté permitido tomar carne. Para nuestras débiles constituciones basta con que haya una mortificación de la sensualidad. Sirve al fin para el que fue instituido el ayuno. Por otra parte, siendo tan ligera como es, tanto más suave que en los primeros tiempos, nos sugiere que junto a la glotonería y la embriaguez hay muchos otros pecados y debilidades que mortificar. Nos sugiere que tal como nos es-forzamos en ser limpios y sin manchas en nuestro cuerpo, estemos en guardia para no ser sucios y llenos de pecado en nuestros pensamientos, inclinaciones y deseos.


Justo cuando acababa la edad ruda del mundo y empezaba una edad llamada de luz y civilización—me refiero al siglo XVI—, la Providencia de Dios Todopoderoso suscitó dos santos. Uno procedía de Florencia, el otro de España, y coincidieron en Roma. Eran entre sí lo más distinto que dos hombres puedan ser: distintos por su historia, por su carácter, y por las instituciones religiosas que más tarde, por la gracia providente de Dios, habrían de fundar. El español había sido soldado; su historia era apasionante. Había sido agitado por la guerra, y, después de su conversión, fundó una compañía de caballeros—pueden llamarse así—que quedaban alistados a una especie de servicio militar en defensa de la Santa Sede. El florentino era santo desde muchacho; no cometió, quizá, jamás un pecado mortal, y fue un santo sedentario, de casa. Vivió en Roma durante cuarenta años, sin dejarla nunca. El florentino es San Felipe Neri, y el español San Ignacio. Estos dos santos tan dispares fueron ambos grandes maestros de la gracia, la abstinencia y el ayuno en sus propias personas. Su ascetismo personal fue maravilloso y, sin embargo, estas dos grandes lumbreras, tan mortificadas ellas mismas y tan dispares entre sí, coincidieron en este punto: no imponer sacrificios corporales de cierta extensión a sus discípulos, sino mortificación del espíritu, de la voluntad, de las inclinaciones, de los sentidos, del juicio, de la razón. Estuvieron iluminados divinamente para ver que la época que se aproximaba, en cuyos comienzos se encontraban ellos, requería sobre todo mortificación de la razón y la voluntad más bien que del cuerpo, aunque fuera, desde luego, necesario esto también.


Pues bien, hermanos míos, yo he sacado mi conclusión práctica. Lo que todos nosotros necesitamos más que ninguna otra cosa, lo que esta época necesita, es que la inteligencia y la voluntad se sometan a una ley. Actualmente no tiene ninguna; su ley es la propia voluntad; su medida de toda verdad, la propia razón. No se doblega ante ninguna autoridad, no se somete a la ley de la fe. Es sabia a sus propios ojos y confía en sus propios recursos. Y vosotros, que vivís en el mundo, estáis en peligro de ser seducidos por él y participar de su pecado, y, finalmente, de su castigo. Permitidme ahora, para terminar, que os sugiera uno o dos puntos con los cuales podréis nutrir vuestras mentes, que lo necesitan más incluso que vuestros cuerpos. Por ejemplo, en cuanto a la curiosidad. ¡Qué tiempo se pierde, por no hablar de otras cosas, en esta época por la curiosidad acerca de cosas que no nos conciernen en absoluto! No hablo contra el interés por las noticias del día en general, porque la marcha del mundo debe interesar siempre al cristiano, debido a su relación con la suerte de la Iglesia; me refiero a la curiosidad vana, la afición al escándalo, a la palabrería, el curioseo de la vida privada de las personas, la curiosidad acerca de desgracias o de injurias y asuntos personales, y, aún más frecuente y peor, la curiosidad sobre el pecado. ¡Qué extraña curiosidad morbosa se siente a veces por conocer las historias de los mismos asesinos y malhechores! Y peor aún, duro es decirlo, pero cuánta curiosidad mala existe por conocer hechos turbios, de los que el Apóstol dice que es vergonzoso hablar. Muchas personas, sin intención de caer en lo mismo, leen, llevadas por una curiosidad malsana, lo que no debieron leer. Este es, en una forma u otra, el pecado más frecuente de los muchachos, y sufren con él.


El conocimiento del mal es el primer paso para caer en él. Así, pues, en esta Cuaresma que empezamos ahora estamos llamados a mortificarnos acerca de estas cosas. Mortifiquemos la curiosidad. El deseo de conocer es, en sí mismo, valioso, pero puede ser exagerado, puede distraernos de cosas superiores, puede quitarnos mucho tiempo; es una vanidad. El predicador distingue entre instrucción provechosa y no provechosa cuando dice: "Las palabras del sabio son como pinchos y clavos". Nos excitan y estimulan y quedan fijas en nuestra memoria. "Para más allá de esto, hijo mío, no indagues. Parece que no va a tener fin el escribir muchos libros, pero el excesivo estudio (entendámonos, el desojarse acerca de temas mundanos) "es miseria para el cuerpo." Tengamos todos un mismo objeto de raciocinio: "temer a Dios y guardar sus mandamientos, porque éste es el fin del hombre". El conocimiento está muy bien en su lugar, pero es como flores sin fruto. No nos podemos alimentar de conocimientos, no podemos medrar por nuestros conocimientos. Tal como las hojas de los árboles son muy hermosas, pero constituirían una mala comida, así nosotros estaremos siempre hambrientos y nunca satisfechos si pensamos alimentarnos de conocimientos. El saber muchas cosas no es alimento. Nuestro único alimento es la religión. He aquí, por lo tanto, otra mortificación. Mortificad vuestra ansia de saber. No caigáis en exceso buscando verdades no religiosas. Mortificad vuestra razón.


A fin de probaros, Dios pone ante vosotros cosas que son difíciles de creer. La fe de Santo Tomás fue probada; igualmente la vuestra. El dijo: "Señor mío y Dios mío". Vosotros debéis decir lo mismo. Sujetad vuestro orgulloso entendimiento.


Creed lo que no podéis ver, lo que no podéis comprender, lo que no podéis interpretar, lo que no podéis probar, cuando Dios lo dice.


Finalmente, dominad vuestra voluntad. A todos nosotros nos gusta hacer nuestra propia voluntad; consultemos la voluntad de los demás. Muchas personas están obligadas a hacerlo. Los sirvientes están obligados a hacer la voluntad de sus señores; los trabajadores, la de sus patronos; los niños, la de sus padres, y los maridos la de sus mujeres. Bien; en estos casos dejad que vuestra voluntad siga la de aquéllos que tienen derecho a mandar. No os rebeléis contra ella. Santificad lo que es, después de todo, un acto necesario. Hacedla vuestra en cierto sentido, santificadla y obtened mérito de ello. Y, si sois vuestros propios dueños, estad en guardia para no guiaros demasiado por vuestra propia opinión. Tomad algún sabio consejero o director y obedecedle. Hay personas que protestan de tal obediencia y la denominan de mil maneras despectivas. Hay mucha gente que la necesita. Les haría mucho bien. Dicen que los hombres se convierten en simples máquinas y pierden la dignidad de la naturaleza humana cuando se guían por la palabra de otro. Y me gustaría saber lo que llegarían a ser siguiendo su propia voluntad. Yo apelo a una persona sincera y pregunto si no reconocería que, en general, el mundo sería mucho más feliz, los individuos mucho más felices si no tuvieran una voluntad propia. Por cada persona que ha sido perjudicada por seguir la dirección de otro, cientos de personas se han arruinado guiándose por su propia voluntad. Pero éste es otro tema.


(John Henry Cardenal Newman, Sermones católicos, Ed. Nelbi, Madrid, 1959, p. 126-142

lunes, febrero 21

En el naufragio y contra el caos: Santa Teresa


En el año 1821 Francisco de Paula Castañeda, silenciado fraile de la naciente Argentina, recomendaba en el n°1 de "Doña María Retazos" la lectura del presente.
Hoy como en aquel entonces la lucha política y religiosa necesita de estas palabras para seguir resistiendo.


Carta VIII


Al Illmo. Sr. D. Alonso Velázquez, obispo de Osma.


Jesús


1. Reverendísimo padre de mi alma: por una de las mayores mercedes que me siento obligada a nuestro Señor, es por darme su Majestad deseo de ser obediente; porque en esta virtud siento mucho contento, y consuelo, como cosa que más encomendó nuestro Señor.


2. V. S. me mandó el otro día, que le encomendase a Dios: yo me tengo en esto cuidado, y añadiómele más el mandato de V. S. Yo lo he hecho, no mirando mi poquedad, sino ser cosa que mandó V. S. y con esta fe espero en su bondad, que V. S. recibirá lo que me parece representarle, y recibirá mi voluntad, pues nace de obediencia.


3. Representándole, pues, yo a nuestro Señor las mercedes que le ha hecho a V. S. y yo le conozco, de haberle dado humildad, caridad, y celo de almas, y de volver por la honra de nuestro Señor; y conociendo yo este deseo, pedile a nuestro Señor acrecentamiento de todas virtudes, y perfección, para que fuese tan perfecto, como la dignidad en que nuestro Señor le ha puesto pide. Fueme mostrado, que le faltaba a V. S. lo más principal que se requiere para esas virtudes; y faltando lo más, que es el fundamento, la obra se deshace, y no es firme. Porque le falta la oración con lámpara encendida, que es la lumbre de la fe; y perseverancia en la oración con fortaleza, rompiendo la falta de unión, que es la unción del Espíritu Santo, por cuya falta viene toda la sequedad, y desunión, que tiene el alma.


4. Es menester sufrir la importunidad del tropel de pensamientos, y las imaginaciones importunas, e ímpetus de movimientos naturales, ansí del alma, por la sequedad, y desunión que tiene, como del cuerpo, por la falta de rendimiento que al espíritu ha de tener. Porque aunque a nuestro parecer no haya imperfecciones en nosotros, cuando Dios abre los ojos del alma, como en la oración lo suele hacer, parécense bien estas imperfecciones.


5. Lo que me fue mostrado del orden que V. S. ha de tener en el principio de la oración, hecha la señal de la cruz, es: acusarse de todas sus faltas cometidas después de la confesión, y desnudarse de todas las cosas, como si en aquella hora hubiera de morir: tener verdadero arrepentimiento de las faltas, y rezar el salmo del Miserere, en penitencia dellas. Y tras esto tiene de decir: A vuestra escuela, Señor, vengo a aprender, y no a enseñar. Hablaré con vuestra Majestad, aunque polvo, y ceniza, y miserable gusano de la tierra. Y diciendo: Mostrad, Señor, en mí vuestro poder, aunque miserable hormiga de la tierra. Ofreciéndose a Dios en perpetuo sacrificio de holocausto, pondrá delante de los ojos del entendimiento, o corporales, a Jesucristo crucificado, al cual con reposo, y afecto del alma, remire, y considere parte por parte.


6. Primeramente considerando la naturaleza divina del Verbo eterno del Padre, unida con la naturaleza humana, que de sí no tenía ser, si Dios no se le diera. Y mirar aquel inefable amor, con aquella profunda humildad, con que Dios se deshizo tanto, haciendo al hombre Dios, haciéndose Dios hombre: y aquella magnificencia, y largueza con que Dios usó de su poder, manifestándose a los hombres, haciéndoles participantes de su gloria, poder, y grandeza.


7. Y si esto le causare la admiración que en una alma suele causar, quédese aquí: que debe mirar una alta tan baja, y una baja tan alta. Mirarle a la cabeza coronada de espinas, a donde se considera la rudeza de nuestro entendimiento, y ceguedad. Pedir a nuestro Señor tenga por bien de abrirnos los ojos del alma, y clarificarnos nuestro entendimiento con la lumbre de la fe, para que con humildad entendamos quién es Dios; y quién somos nosotros; y con este humilde conocimiento podamos guardar sus Mandamientos, y consejos, haciendo en todo su voluntad. Y mirarle las manos clavadas, considerando su largueza, y nuestra cortedad; confiriendo sus dádivas, y las nuestras.


8. Mirarle los pies clavados, considerando la diligencia con que nos busca, y la torpeza con que le buscamos. Mirarle aquel costado abierto, descubriendo su corazón, y entrañable amor con que nos amó, cuando quiso fuese nuestro nido, y refugio, y por aquella puerta entrásemos en el arca, al tiempo del diluvio de nuestras tentaciones, y tribulaciones. Suplicarle, que como él quiso que su costado fuese abierto, en testimonio del amor que nos tenía, dé orden, que se abra el nuestro, y le descubramos nuestro corazón, y le manifestemos nuestras necesidades, y acertemos a pedir el remedio, y medicina para ellas.


9. Tiene de llegarse V. S. a la oración con rendimiento, y sujeción, y con facilidad ir por el camino que Dios le llevare, fiándose con seguridad de su Majestad. Oiga con atención la lección que le leyere: ahora mostrándole las espaldas, o el rostro, que es cerrándole la puerta, y dejándoselo fuera, o tomándole de la mano, y metiéndole en su recámara. Todo lo tiene de llevar con igualdad de ánimo: y cuando le reprendiere, aprobar su recto, y ajustado juicio, humillándose.


10. Y cuando le consolare, tenerse por indigno dello: y por otra parte aprobar su bondad, que tiene por naturaleza manifestarse a los hombres, y hacerlos participantes de su poder, y bondad. Y mayor injuria se hace a Dios, en dudar de su largueza en hacer mercedes, pues quiere más resplandecer en manifestar su omnipotencia, que no en mostrar el poder de su justicia. Y si el negar su poderío, para vengar sus injurias, sería grande blasfemia, mayor es negarle en lo que él quiere más mostrarlo, que es en hacer mercedes. Y no querer rendir el entendimiento, cierto es querer enseñarle en la oración, y no querer ser enseñado, que es a lo que allí se va; y sería ir contra el fin, y el intento con que allí se ha de ir. Y manifestando su polvo, y ceniza, tiene de guardar las condiciones del polvo, y ceniza, que es de su propia naturaleza estarse en el centro de la tierra.


11. Mas cuando el viento le levanta, haría contra naturaleza, si no se levantase; y levantado, sube cuanto el viento lo sube, y sustenta: y cesando el viento, se vuelve a su lugar. Ansí el alma, que se compara con el polvo, y ceniza, es necesario que tenga las condiciones de aquello con que se compara: y ansí ha de estar en la oración sentada en su conocimiento propio: y cuando el suave soplo del Espíritu Santo la levantare, y la metiere en el corazón de Dios, y allí la sustentare, descubriéndole su bondad, manifestándole su poder, sepa gozar de aquella merced con hacimiento de gracias, pues la entrañiza, arrimándola a su pecho, como a esposa regalada, y con quien su Esposo se regala.


12. Sería gran villanía, y grosería, la esposa del rey (a quien él escogió, siendo de baja suerte) no hacer presencia en su casa, y corte el día que él quiere que la haga, como lo hizo la reina Vasthi (Esth. c. 1, v. 12), lo cual el rey sintió, como lo cuenta la santa Escritura. Lo mesmo suele hacer nuestro Señor con las almas, que se esquivan dél; pues su Majestad lo manifiesta, diciendo: Que sus regalos eran estar con los hijos de los hombres (Prov. 8, v. 31). Y si todos huyesen, privarían a Dios de sus regalos, según este atributo, aunque sea debajo de color de humildad, lo cual no sería, sino indiscreción, y mala crianza, y género de menosprecio, no recibir de su mano lo que él da; y falta de entendimiento del que tiene necesidad de una cosa para el sustento de la vida, cuando se la dan, no tomarla.


13. Dícese también, que tiene de estar como el gusano de la tierra. Esta propiedad es, estar el pecho pegado a ella, humillado, y sujeto al Criador, y a las criaturas, que aunque le huellen, o las aves le piquen, no se levanta. Por el hollar se entiende, cuando en el lugar de la oración se levanta la carne contra el espíritu, y con mil géneros de engaños, y desasosiegos, representándole, que en otras partes hará más provecho; como acudir a las necesidades de los prójimos, y estudiar, para predicar, y gobernar lo que cada uno tiene a su cargo.


14. A lo cual se puede responder, que su necesidad es la primera, y de más obligación, y la perfecta caridad empieza de sí mesmo. Y que el pastor, para hacer bien su oficio, se tiene de poner en el lugar más alto, de donde pueda bien ver toda su manada, y ver si la acometen las fieras; y este alto es el lugar de la oración.


15. Llámase también gusano de la tierra; porque aunque los pájaros del cielo le piquen, no se levanta de la tierra, ni pierde la obediencia, y sujeción, que tiene a su Criador, que es estar en el mesmo lugar que él le puso. Y ansí el hombre ha de estar firme en el puesto que Dios le tiene, que es el lugar de la oración; que aunque las aves, que son los demonios, le piquen, y molesten con las imaginaciones, y pensamientos importunos, y los desasosiegos, que en aquella hora trae el demonio, llevando el pensamiento, y derramándole de una parte a otra, y tras el pensamiento se va el corazón; y no es poco el fruto de la oración sufrir estas molestias, e importunidades con paciencia. Y esto es ofrecerse en holocausto, que es consumirse todo el sacrificio en el fuego de la tentación, sin que de allí salga cosa dél.


16. Porque el estar allí sin sacar nada, no es tiempo perdido, sino de mucha ganancia; porque se trabaja sin interés, y por sola la gloria de Dios: que aunque de presto le parece que trabaja en balde, no es ansí, sino que acontece a los hijos, que trabajan en las haciendas de sus padres, que aunque a la noche no llevan jornal, al fin del año lo llevan todo.


17. Y esto es muy semejante a la oración del Huerto, en la cual pedía Jesucristo nuestro Señor, que le quitasen la amargura, y dificultad, que se hace para vencer la naturaleza humana. No pedía que le quitasen los trabajos, sino el disgusto con que los pasaba; y lo que Cristo pedía para la parte inferior del hombre, era, que la fortaleza del espíritu se [31] comunicase a la carne, en la cual se esforzase pronta, como lo estaba el espíritu, cuando le respondieron, que no convenía, sino que bebiese aquel cáliz: que es, que venciese aquella pusilanimidad, y flaqueza de la carne; y para que entendiésemos, que aunque era verdadero Dios, era también verdadero hombre, pues sentía también las penalidades, como los demás hombres.


18. Tiene necesidad el que llega a la oración de ser trabajador, y nunca cansarse en el tiempo del verano, y de la bonanza (como la hormiga) para llevar mantenimiento para el tiempo del invierno, y de los diluvios, y tenga provisión de que se sustente, y no perezca de hambre, como los otros animales desapercibidos; pues aguarda los fortísimos diluvios de la muerte, y del juicio.


19. Para ir a la oración, se requiere ir con vestidura de boda, que es vestidura de Pascua, que es de descanso, y no de trabajo: para estos días principales todos procuran tener preciosos atavíos; y para honrar una fiesta, suele uno hacer grandes gastos, y lo da por bien empleado, cuando sale como él desea. Hacerse uno gran letrado, y cortesano, no se puede hacer sin grande gasto, y mucho trabajo. El hacerse cortesano del cielo, y tener letras soberanas, no se puede hacer sin alguna ocupación de tiempo, y trabajo de espíritu.


20. Y con esto ceso de decir más a V. S., a quien pido perdón del atrevimiento, que he tenido en representar esto, que aunque está lleno de faltas, e indiscreciones, no es falta de celo, que debo tener al servicio de V. S. como verdadera oveja suya, en cuyas santas oraciones me encomiendo. Guarde nuestro Señor a V. S. con muchos aumentos de su gracia. Amén.


Indigna sierva, y súbdita de V. S.

Teresa

jueves, febrero 10

Presos grises



"Me han detenido, pero no era culpable. Cebería ser arrestado quien hace daño a la propia Patria.

Al juez que me interrogaba respondí: "Luchamos movidos por la fe y por el amor de la Patria. Nos comprometemos a luchar hasta la victoria. Esta es mi última palabra".

Pensando en mi triste suerte, mi madre me había enviado el Himno de la Virgen, pidiéndome que lo leyera. Así lo hice. Me parecía entonces que los adversarios y los peligros habían desaparecido. Celebré la Pascua de Resurrección en la celda, y cuando las campanas comenzaron a repicar en todas las iglesias, me arrodillé y recé.


Vivía con el pensamiento y con la resolución de morir. Esta era la resolución de la victoria, que nos daba serenidad y fuerza para sonreir delante de cualquier enemigo.

Los jóvenes aman la diversión. A mí me ha sido negada ésta. Sobre mi juventud han pesado preocupaciones y dificultades que la han destruido. Lo que me ha quedado lo consumirán las paredes de esta estrecha y fría prisión; siento el frío húmedo del pavimento que se me sube por los huesos.

Durante la detención, en los calabozos, hemos cantado continuamente los himnos de batalla.Ninguna nación ha ganado nada de las diversiones y de la vida cómoda de sus ciudadanos. Siempre ha salido algo mejor para ellas del sufrimiento.

Por esto nosotros también aceptamos la muerte. Corra también nuestra sangre, la sangre de todos los nuestros: será nuestra última gran llamada, la llamada inmortal dirigida al pueblo rumano.

Por otra parte, hay derrotas y muertes que despiertan una estirpe y a la vida. Y, por el contrario, hay victorias que la adormecen.

Así, nuestra muerte podría ser más útil a la estirpe que todos los esfuerzos de toda nuestra vida. Nuestros verdugos no quedarán impunes. No pudiendo vencer, venceremos muertos.


Al fin de mis batallas vuelvo mi pensamiento a mi madre, que me ha seguido, año tras año, hora tras hora, temblando, en todos los peligros a los que el destino me exponía. Honrando a mi madre pretendo honrar a todas las madres cuyos hijos han luchado, han sufrido y han caído por la Patria rumana, en cuyo triunfo, un día no lejano, todos resucitarán para confusión de sus verdugos,

No importa que hayamos caído: detrás de nosotros hay millares que piensan como nosotros.

Camaradas, a vosotros, en el momento del último adiós, a vosotros que sois calumniados, vilipendiados, martirizados, yo, que miro a la luz de Dios, os digo: "¡Pronto venceremos!”.

Cuando hemos sido recibidos con fuego, con fuego hemos respondido. Este es el libro del relato de mi juventud, desde los diecinueve a los treinta y cuatro años, con sus sentimientos, su fe, sus hechos y sus errores. El rezar es el elemento decisivo de la victoria".

lunes, febrero 7

Y volvió Javier a San Isidro. Menos mal!

El título de esta entrada era In Memoriam Javier del Río, pero veo que efectivamente no estaba muerto.
Así que lo cambié.




En su momento no había entendido porqué a Monseñor Casaretto no le parecía un tema prioritario la sanción del homomonio.






Sospechaba. Pero pese a las pistas seguía sin entender.




Más me descolocó ver a sus huestes de labor social y grupos juveniles de la catedral sumándose -con fervor- a la organización del "Ruidazo por la igualdad" oportunamente convocado.





quizás no entienda nada nomás