El liberalismo ilustrado es ciego para el mal en el mundo: lo mismo para el demoníaco poder del adversarius diabolus, el "enemigo malo", que para ese otro poder, henchido de misterio, de la ofuscación del hombre y la perversión de la voluntad. En el peor de los casos, no le parece el poder del mal tan "seriamente" peligroso como para que no sea posible "tratar" y "discutir" con él.
En la imagen del mundo del liberalismo se extingue el "no" inquietante, inexorable y despiadado, que es para el cristiano una realidad evidente. La vida moral del hombre es falsamente transmutada en una ingenuidad aheroica y sin riesgo; el camino de la perfección se nos aparece así como un "despliegue" o "evolución" de tipo vegetal, que alcanza su bien sin necesidad de combatir.
La piedra angular de la teoría cristiana de la vida es por el contrario, el concepto de bonum arduum o bien arduo, cuyo radio de acción transciende el de la mano que se extiende sin esfuerzo.
El liberalismo no puede menos de calificar sin sentido a la verdadera fortaleza que se esfuerza en el combate, antojándosele sin remedio ser un "estúpido" el hombre que participa de semejante virtud.
Hay no obstante, por otra parte, una fortaleza paradójicamente nacida del liberalismo, como consecuencia y protesta a la vez, que cree tener derecho a reclamar la corona del heroísmo para la ciega "exposición" y la "total" entrega al peligro, mientras hace alarde de la mas absoluta indiferencia por saber cuales son los motivos de la acción.
Josef Pieper
Fortaleza: Introducción.
Las Virtudes Fundamentales
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