“…Cristo es y sigue siendo el centro de la historia y que ésta se ha convertido y se va convirtiendo cada vez más en una lucha en torno a Cristo y a los suyos, una lucha contra nosotros.
Somos llevados así, como de la mano, a poner nuestra debilidad y nuestra fuerza a la luz del pecado original y del Anticristo. Para poder decir lo que es realmente el Anticristo, hay que aceptar, antes, la existencia de ‘el Maligno’ como puro ser espiritual, y desde luego como un ser que tiene poder en la historia.
Más aún, hay que concebirlo como el ‘príncipe de este mundo’, al que con una fórmula extrema se le llama también ‘el dios de este mundo’ (2 Cor 4,4)”.
Pues bien, éste es el opositor. Una fuerza metahistórica pero también histórica, que da poder a sus servidores y lo arrebata a los de Cristo. Él es “el que acusa a nuestros hermanos”, “el adversario, el opositor”, el que “se disfraza de ángel de luz” y envía a sus servidores disfrazados de ministros de justicia.
Para comprender las causas y la naturaleza de nuestra debilidad política debemos, pues, tener en cuenta la revelación de Jesús, acerca del futuro de
Nuestra lucha, no es contra hombres sino contra Satanás y los espíritus malignos. Por eso debemos buscar nuestra fuerza en el Señor: “potenciáos en el Señor y en el poder de su fuerza, vestíos con la armadura de Dios, para que podáis resistir a las tácticas del diablo, porque nuestro combate no es contra sangre y carne, sino contra los principados y las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos del aire”.
Si llegáramos a poder discernir que nuestra debilidad es de este tipo, por estar enfrentados a la oposición de las fuerzas demoníacas que gobiernan nuestra civilización y nuestra cultura, le dan su orientación anticatólica y establecen filtros ocultos para neutralizar nuestros intentos, entonces, ésta sería una debilidad buena, una debilidad teológica.
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Suelen darse, las pocas veces que alguien reconoce este hecho tan poco atendido, respuestas, de orden histórico, político, ideológico o social. Nuestro diagnóstico, lo hemos dicho, es espiritual. Se trata de la acedia. Una acedia que ha adquirido dimensiones políticas, de civilización, de legislación de teorías jurídicas, de ideas filosóficas justificatorias... pero que es de naturaleza espiritual: demoníaca.
La acedia es el espíritu del Anticristo, del opositor.
Dios es un agente histórico real, vivo y verdadero, a quien mueven las oraciones de sus fieles.
La tentación mesiánica consiste en sustituir nuestras eficacias humanas e intrahistóricas, en el supuesto de que Dios no interviene.
Pero es Él quien confunde al enemigo, no nuestro, sino de su gloria.
El Espíritu Santo inspira, mueve, actúa. Es necesario prestarle oído atento y seguir sus inspiraciones con corazón obediente. Y esto no sólo a nivel de individuos, sino de todo el pueblo de Dios.
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Una de las formas más sutiles de la persecución del Anticristo consiste en usar a los católicos, jerarquías o fieles, para sus propios fines, cediéndoles el poder, o parcelas controladas de poder, o ilusionándolos de que han obtenido o se les ha confiado el poder político. Puede también intentar embriagarlos con los éxitos que les permiten alcanzar, como pago del servicio que prestan los católicos a los fines que ellos no han fijado, y de la renuncia a su fe o a su identidad, en el ejercicio del poder político.
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