lunes, septiembre 15

Pastor Expectante


Camina Ulises hacia su casa.
Se acerca primero al lugar en que Atena le había dicho moraba el pastor admirable, Eumeo, que a Ulises entre todos los siervos mejor le cuidaba los bienes.







“A la entrada sentado lo halló del corral de altas tapias
que bien grande y hermoso se alzaba en lugar abrigado
con su cerca completa, que el mismo porquero había hecho
sin contar con su dueña ni el viejo Laertes:
guarida
de los cerdos del príncipe ausente,
solada con lajas
de acarreo,
encimadas las tapias por bardas de espinos.
Toda en torno por fuera había puesto
apretada y espesa
larga fila de estacas
que hachó de unos troncos de encina,
y por dentro había obrado en el patio
hasta doce zahurdas,
una al lado de otra, de albergue a las hembras.

Guardaba
cada una cincuenta cochinas,
criadoras fecundas
con sus lechos terrizos;
los machos quedábanse fuera,
y eran menos con mucho que aquéllas,
mermados sin pausa
por los nobles galanes:
él mismo tenía que mandarles
a diario
a su mesa el mejor de los cerdos cebados

y ya entonces quedaban no más que trescientos sesenta.

Cuatro perros con traza de fieras, criados al lado
del leal porquerizo, guardábanlos siempre.
Cortaba
a este tiempo aquel hombre unas suelas de cuero boyuno
de vistoso color que ajustaba a sus pies. Sus zagales
cada cual caminaba por sitio distinto: tres de ellos
por los campos paciendo los puercos, y al cuarto lo había enviado
por fuerza al poblado a llevar a los fieros pretendientes el cerdo cebón,
que se hartasen de carne.

Viendo en esto los perros a Ulises, lanzáronse a una
contra él con agudos ladridos; el héroe, prudente, se sentó
y el garrote dejó por el suelo; con todo,

en su propia majada sufriera infamante desgracia
si no sale detrás de los perros el buen porquerizo
al correr de sus piernas veloces. Cayósele el cuero,
pero, dándoles gritos, tirándoles piedra tras piedra,
ahuyentólos de un lado y de otro y al príncipe dijo:
'Por bien poco en un punto mis perros no te hacen pedazos,
buen anciano, dejándome a mí la ignominia y la culpa
cuando tantos dolores y llantos me dan ya los dioses:
aquí estoy suspirando y en pena por mor de mi rey,
el divino, cebando estos cerdos a que otros los coman,
mientras él, falto acaso de pan, anda errante por tierras
y ciudades de gentes extrañas, si es cierto que aún vive
y sus ojos contemplan la lumbre del sol. Pero, ¡ea!,
ven acá a la cabaña, joh, anciano! Una vez que te sacies
de comer y beber a tu gusto, dirás de tu patria
y de aquellos trabajos y duelos que tienes sufridos".

Tal diciendo guióle a su casa el porquero admirable,
le hizo entrar y, esparciendo en el suelo unas brozas,
cubriólas
con la piel de una cabra peluda, montés:
era el propio
lecho suyo bien grande y relleno.

Alegrábase Ulises
de que así le acogiera, tomó la palabra y le dijo:
"~Oh, mi huésped! Que Zeus y las otras deidades eternas
te concedan aquello que ansíes por esta acogida".

Respondístele tú, mayoral de los cerdos Eumeo:
"No es mi ley, forastero, afrentar al que viene,
aunque sea
mas mezquino que tú, pues es Zeus
quien envía a los mendigos
y extranjeros errantes
que el bien más pequeño agradecen
que les damos.

No puedo hacer más, el temor siempre embarga
a los siervos que penden de jóvenes dueños.

Al otro
el regreso al hogar impedido le tienen los dioses;
él querríame de veras, daríame sus dones sin duelo:
una casa, un campejo, una esposa envidiada por muchos,
cuanto suele un benigno señor conceder a un criado
que por él se afanó si algún dios favorece su empeño.

Tal ahora prospera el trabajo que hago;
por ello mil presentes me hiciera mi rey si acá envejeciese,

pero ha muerto:
¡mejor pereciera la raza de Helena
de raíz,
pues quebró las rodillas de tantos varones!
También él marchó a Troya, el país de los buenos caballos,
y la honra buscó a Agamenón en la lid con los teucros".

Así habló, se ciñó el cinturón recogiendo el vestido
y marchó a la zahurda en que estaban los tiernos lechones;
atrapando dos de ellos los trajo, mató la pareja,
chamuscólos, partidos, los trozos clavó en asadores y,
ya asados, calientes aún, en los mismos espiches
ante Ulises los puso,
esparcióles la cándida harina
y
en un cuenco hizo mezcla de un vino con dejos de mieles.


Frente al héroe sentóse después y, animándole, dijo:
"Come, huésped, ahora el manjar que compete a los siervos,
los lechones; los cerdos cebados consúmenlos esos pretendientes
sin pizca de honor ni piedad en sus almas.

No complacen de cierto a los dioses las obras perversas,
que ellos honran más bien la justicia y las buenas acciones;
aun los hombres sin freno y sin ley
que se echan encima
de un ajeno país,
donde Zeus les permite hacer presa,

cuando vuelven a casa, repletas sus naves,
se sienten
de respeto invadidos y recio temor;
pero éstos
bien seguros están: de algún dios escucharon
sin duda
de la muerte y desgracia de aquél,
con lo cual ni se avienen
a pedir a su esposa
por ley ni a volverse a sus casas.

Insolentes, tranquilos, sus bienes consumen sin duelo:
ni una noche ni un día nos vienen de Zeus
que no maten
de las reses de aquél no una sola ni dos;
cuanto al vino,
se van agotando también con la misma insolencia.
Su caudal era inmenso de veras:
igual no lo tiene
ningún grande ni en Itaca misma ni allá por el negro continente.

Ni veinte varones en junto podrían
tal riqueza igualar:
por menudo lo iré refiriendo.

Doce son las vacadas y doce los hatos de ovejas
[y otros tantos de cabras y doce manadas de cerdos]
los que cuidan en tierras de allá mercenarios y esclavos.

Aquí en Itaca son hasta once sus greyes de cabras;
al confín de la isla las guardan pastores expertos
que también han de dar diariamente una res a esos hombres,
la mejor que se encuentre en el hato de cabras rollizas.

Por mi parte custodio estos cerdos,

los voy defendiendo,

aunque siempre esa gente se lleva la flor del ganado".

ODISEA CANTO XIV

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