miércoles, agosto 6

¿Resistir o atacar?


¡Ay de los corazones flacos y las manos caídas,
del pecador que va por senda doble!
¡Ay del corazón caído, que no tiene confianza!
por eso no será protegido.
¡Ay de vosotros que perdisteis el aguante!
¿Qué vais a hacer cuando el Señor os visite?

Eclesiástico 2, 12-14











Un relato que Varsonofij había contado a menudo es resumido por El Señor Z en cuatro palabras de la siguiente manera.

“ Dos anacoretas se habían establecido en el desierto de Nitria para buscar la salvación. Sus grutas eran vecinas, pero ellos no se hablaban nunca; alguna vez leían juntos los salmos. Transcurrieron así muchos años y su gloria empezó a difundirse por todo Egipto y en los países circundantes. En una ocasión, sin embargo, el diablo consiguió introducir en sus almas el mismo propósito, contaminándolas a ambas. Sin decirse nada, los dos eremitas se dedicaron a fabricar cestas y esteras trenzando ramas y hojas de palmera. Luego se dirigieron juntos a Alejandría. Allí vendieron sus artesanías y durante tres días y tres noches se mezclaron con borrachos y prostitutas. Después volvieron a su desierto. Uno de ellos empezó a sollozar y a atormentarse.

¡Estoy perdido, maldito por siempre! Después de esta bestialidad y esta suciedad no podré volver a rezar a Dios. He desperdiciado sin fruto todos mis ayunos, todas mis vigilias, todas mis oraciones, ¡en un solo instante lo he echado todo a perder irremediablemente!

El otro monje caminaba junto a él y cantaba los salmos con voz radiante.

─ ¿Pero qué te sucede, es que te has vuelto loco?

─ ¿Por qué?

─ ¿Cómo es posible que no te lamentes?

─ ¿Porqué debería lamentarme?

─ ¿Y Alejandría?

─ ¿Qué pasa con Alejandría? Sea loado el Altísimo que protege esa famosa y piadosa ciudad.

─ ¿Pero que hicimos en Alejandría?

─ Sabemos perfectamente lo que hicimos en Alejandría: vendimos nuestras cestas, fuimos a venerar a San Marcos, a visitar otras iglesias; después nos encaminamos al palacio del devoto gobernador de la ciudad y finalmente conversamos con doña Leonila, que admira tanto a los monjes.

─ ¿ Y no pasamos la noche en un burdel?

─ ¡Dios nos guarde! Pasamos la tarde y la noche en el palacio del patriarca.

─ ¡Santos Mártires! Ha perdido la razón… ¿y el vino, dónde lo bebimos?

─ Tomamos vino en el refectorio del patriarca, con ocasión de la fiesta de la Presentación en el templo de la Santísima Madre de Dios.

─ ¡Desgraciado! ¿Y a quien besamos, por no hablar de cosas peores?

─ Con un beso santo honramos el momento de la despedida del padre de los padres, el beatísimo arzobispo de la gran ciudad de Alejandría y de todo el Egipto, Libia y de la Pentápolis y juez universal, Timoteo, y con él a todos los padres y hermanos de su clero elegido por Dios.

─ ¿Pero me estás tomando el pelo? ¿O es que, después de las infamias de los días pasados, el demonio se ha apoderado de ti? ¡Tú besaste a obscenas prostitutas, desgraciado!

─ No sé de quien se ha apoderado el demonio: si de mí, que me alegro de los dones de Dios y de la benevolencia manifestada por los jerarcas de su Iglesia y alabo al Creador y a toda su obra, o si de ti que montas en cólera y llamas burdel a la casa de nuestro beatísimo padre y le insultas, a él y a su clero devoto de Dios, como si se tratasen de prostitutas.

─ Tú eres un hereje, un hijo de Arrio, en tu boca resuena la abominación de Apolinar.

El eremita que se afligía de su caída se lanzó entonces sobre su compañero y comenzó a pegarle violentamente. Después, en silencio, ambos volvieron a sus cuevas. Uno se atormentó toda la noche, haciendo resonar por todo el desierto sus gemidos y lamentos, arrancándose los cabellos, tirándose por tierra y golpeándose la cabeza; el otro, por el contrario, cantó los salmos sereno y alegre. A la mañana siguiente el monje penitente pensó en lo siguiente: «gracias a una ascesis de muchos años había conseguido una gracia particular del Espíritu Santo que ya empezaba a manifestarse con signos y milagros; pero ahora me he abandonado a la carne y he pecado contra el Espíritu Santo, y esto, según la palabra de Dios, no puede ser perdonado ni en esta vida ni en la futura. He echado las perlas de la pureza celestial a los cerdos de mi mente, esto es, a los diablos, que las han pisoteado y ahora se han vuelto contra mí para despedazarme. Pero si, pase lo que pase, estoy perdido, ¿para que quedarme en el desierto?». Entonces se marchó a Alejandría, donde llevó una vida disoluta. Finalmente, un día que necesitaba dinero, robó y mató a un rico mercader junto a otros disolutos de su calaña. El crimen fue descubierto y él, procesado y condenado a la pena capital, murió sin confesarse. Mientras tanto, su antiguo compañero, que había continuado llevando una vida ascética, consiguió un alto grado de santidad y alcanzó la celebridad por sus grandes milagros. Una palabra suya bastaba para que mujeres estériles concibieran y dieran a luz hijos. Y cuando murió, fue como si su cuerpo macilento y reseco refloreciera de belleza y juventud, iluminándose y llenando el aire de un aroma perfumado. Tras su muerte, sobre sus milagrosas reliquias, se erigió un monasterio; y su nombre llegó de Alejandría a Bizancio, y de aquí a los calendarios eclesiásticos de Kiev y Moscú.

«Esto significa», añadía Varsonofij, «que tenemos razón al decir que ningún pecado es una verdadera desgracia, excepto el del desconsuelo. Aquellos dos eremitas habían pecado juntos, pero sólo pereció aquél que se había abandonado al desconsuelo».”



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