lunes, noviembre 10

Obama y el Evangelio


OBAMA dice en su discurso de victoria que

“A aquellos, a aquellos que derrumbarían al mundo: os vamos a vencer”.

“A aquellos que buscan la paz y la seguridad: os apoyamos”.

“Y a aquellos que se preguntan si el faro de Estados Unidos todavía ilumina tan fuertemente: esta noche hemos demostrado una vez más que la fuerza auténtica de nuestra nación procede no del poderío de nuestras armas ni de la magnitud de nuestra riqueza sino del poder duradero de nuestros ideales; la democracia, la libertad, la oportunidad y la esperanza firme”.

Sus arengas me trajeron ante los ojos estas largas letras que aquí dejo.

La tierra nunca ha sido un paraíso pero jamás ha sido, como hoy, un infierno.

Los hombres nunca han sido felices, pero jamás estuvieron como hoy, ten rabiosamente desesperados.
La vida para nadie ha sido una madre amorosa, pero jamás fuñe como hoy, una tan fiera enemiga.

Los ricos jamás han sido tan ricos, las bestias jamás han sido tan bestiales, los ciegos tan vacilantes, los dóciles tan indóciles, los patrones tan impotentes, los inquietos tan feroces.


Una experiencia de cinco años, un ciclópea experiencia de asesinato, de hurto, de mentira, de llanto, nos ha colocado frente a la anatomía de nuestro ser.

Todo por recomenzar.
Diez millones de hombres muertos por hombres, empudrecen bajo una tenue capa de tierra; veinte millones de hombres, elegidos por la peste, han sido escondidos en los cementerios; las ciudades quemadas por el fuego, destruidas por los terremotos, ensangrentadas por los hermanos, pobladas de hambrientos, de frenéticos, de envidiados y de envidiosos, de rostros enloquecidos, de vivos enmudecidos, asemejándose a las necrópolis de una quiebra orgiástica y sobrenatural; el fondo de los mares está sembrado de trigo que no florecerá jamás y que habría proporcionado pan a pueblos enteros durante inviernos y primaveras; los imperios con sus emperadores, los reinos con sus reyes, han caído en el tiro al blanco de la historia bajo los disparos de los fusiles que ellos mismos habían ordenado fabricar; y las mujeres han muerto y también los niños, antes de haber comprendido que era un bien el morir.

Y luego de esta anticipación titánica de la Gehena, todo ha recomenzado como antes.

Los hombres han continuado en el mentir y el matar. Han mentido, para así poder más tranquila y eficazmente matar, y siguen matando para no confesar sus mentiras. En 1914, cansados de odiarse, los pueblos de la civilización comenzaron a masacrarse cada uno en familia. Aún no existen ni suficientes muertos para saciar su hambre, ni suficientes mentiras para calmar sus inquietudes. Se ha considerado que la manía de poseer más dinero, más tierras, mas cosas, ha llevado al exterminio y a la miseria; que cada metro de tierra ha sido pagado con toneles de sangre y que las cosas, como materia infecta, han muerto a quien las poseía.
No importa. Se piensa únicamente en adquirir dinero, en aumentar las posesiones y las cosas. Los individuos como los pueblos, en lo bajo y en lo alto. Caliban está en el mismo camino de Mamón.

El presidente victorioso y el siervo enriquecido poseen la misma psicología. Apropiarse, arrebatar, comer: peor para los muertos, peor para quien no sabe apropiarse de la parte más grande. Millares o millones, huertos o provincias, zapatos o minas. No existe otro dios que la cantidad, que ha exigido, para comenzar, la inmolación de gran parte de sus fieles.
La experiencia homicida es como si no hubiese existido. Más bien: como si hubiera sobrevenido tan sólo para agravar las causas que la produjeron, para agigantarlas hasta el punto de hacer necesaria otra experiencia aún más cruel y homicida.

Ni siquiera la paradoja de las consecuencias visibles ha frenado la carrera hacia la condenación.
Se ha combatido para destruir un imperialismo y se ha fortalecido otro; se ha combatido para batir el militarismo y se ha creado el espíritu militarista aun donde éste no existía; se ha combatido por la libertad y nos hallamos mas esclavizados que antes, se ha combatido en pro de la verdad y solo hemos aspirado los densos vapores de la mentira; se ha combatido por la igualdad de los grandes y de los pequeños pueblos y hemos sometido mas despiadadamente los pueblos débiles a los fuertes, los pueblos pobres a los ricos; se ha combatido por la libertad del mundo y el mundo se halla sujeto a la cadena de pocos que tienen en sus manos el Hierro y el Oro; se ha combatido por la Democracia y los hombres se hallan a merced de las minorías demagógicas en Oriente y las minorías plutocráticas en Occidente; se ha combatido para ser más ricos y todos somos mas pobres, a excepción de pocos enriquecidos a quienes todos odian y amenazan; se ha combatido contra los reyes por derecho divino y nos hallamos a merced de los emperadores de los bancos, del carbón, del petróleo, del maíz, de la prensa; se ha combatido con la esperanza de no combatir jamás, y la guerra continúa aún en todos los frentes, en las calles transformadas en trincheras, en los palacios hechos fortalezas: la guerra interna, la guerra entre el Brazo y el Dinero, entre Mamón y Calibán, entre Materia y materia; se ha combatido para saciar con más holgura nuestra hambre de pan, hambre de amor y de verdad.

Pero los hombres no tienen el coraje de renegar de si mismos. No se atreven a confesar que estaban sumergidos en el error ya antes de la guerra, en el error aún hoy día en las innumerables guerras internas y civiles que no matan solamente los cuerpos.

No quieren reconocer su error.

Ahora se dan cuenta, los hombres, de su enfermedad; saben que poseen, como decía Jacopone, L’ anema enfracedata, el alma putrefacta. Comprenden que el mundo no puede seguir así; que debe existir algún desperfecto y algo gastado en la máquina del mundo humano; que el corrompido Hamlet ha contagiado, desde la pequeña Dinamarca, todas las superficies habitadas.

Y buscan desesperadamente un remedio, una curación, una salvación, un milagro. Pero no saben buscar. No comprenden que jamás podrán encontrar allá donde buscan. Acostumbrados desde siglos a no reconocer otra cosa que la presencia y la importancia de lo externo, de lo físico, de lo visible, de lo materia, ellos se dirigen, para descubrir la salud, hacia aquel mundo que para ellos es el único mundo real. Escuchad sus discursos –aún aquellos que parecerían destinados a mantener y defender otros valores- y comprenderéis que han cifrado sus esperanzas solamente en lo exterior. Cambios de clases, desplazamientos de aristocracias, sustitución de una dictadura por otra de proletariados, modificación de regímenes, de sistemas económicos, de códigos, de leyes, de ordenamientos y divisiones. Hombres nuevos al puesto de los viejos, hombres vacíos en lugar de los ahítos; palabras rusas o inglesas en lugar de las francesas o latinas.

Hay quien cree poder reforzar a los añosos leviatanes mediante un barnizado rojo; quien pretende destruir todos los trampolines de los anciens régimes para fundar nuevos edificios de las naciones a lo largo de las calles de la única archimetrópolis republicana y socialista; quien cree necesario asirse de los mitos masónicos, de los bastiones nacionalistas, de los sindicatos de la inteligencia, de los pilares de la autoridad. Un retoque a las tasas, una purificación de la trampera representativa, una reforma liberal, una multiplicación de escuelas y de librerías, constituyen, para otros, específicos suficientes para producir el reflorecimiento de las rosas en las descarnadas mejillas de la humanidad convaleciente.

No se habla de otra cosa que de reformas y de constituyentes, de partidos viejos que rejuvenecen, de partidos nuevos ya decrépitos, de soviets y consejos de fábricas, de sindicatos amarillos, blancos, negros y escarlatas, de tarifas y de participaciones, de trucos tributarios y de tierras prometidas, de utopías rejuvenecidas y demás literaturas.

El clínico y el observador desapasionado tienen el derecho de sonreír ante este enfermizo afán de los medicuelos de plaza, ante este cafarnaum de cataplasmas. El hombre de corazón, que sabe padecer, contempla con desesperado estupor cómo todos han permanecido aun ahora, después de una prueba de irrefutable claridad, en el clima mismo cuya maligna vegetación provocó el desastre.

Quieren cambiar pero permanecen como eran.

Quieren cambiar el personal dominante y las leyes escritas, los métodos políticos y la distribución de los bienes, pero permanecen todos, unánimemente, en lo mecánico, en lo puramente externo. Quieren cambiar sus posiciones de clase o de raza, pero no saben y no quieren cambiar los valores internos; quieren cambiar las cosas, pero no piensan que nada cambiará mientras no se cambien, desde el fondo, las almas.

Los valores hoy admitidos por todos, por los siervos y los patrones, por los bolcheviques y los imperialistas, por los secuaces de Caliban y por los sectarios de Mamón, son siempre los mismos, LODE de antes, los valores creados en los últimos siglos, los valores del Renacimiento de la Reforma, de la Revolución Industrial y de la Revolución Proletaria .los valores modernos, ya abierta o implícitamente venerados por todos- Estos valores reconocidos por el mendigo y por el millonario, por el sacerdote y por el ateo, por Lenin y Morgan, dominaban antes de la guerra y son los que hacen proseguir las guerras que conducen a todas las catástrofes, a todas las destrucciones, a todas las revoluciones.

Son los valores que en estos últimos siglos hemos colocado en lugar de los antiguos. La cantidad en lugar de la Calidad, lo Externo sobre lo Interno, el Egoísmo en lugar del Amor, la manía del Primado en Lugar de la Humildad, la manía de la riqueza en lugar de la alegre aceptación de la Pobreza, la presunción de la cultura (conglomerado de nociones y de símbolos) en lugar del perfeccionamiento Moral y de la Santidad.

Lo Útil, la Envidia, el ansia de Mando, de la Producción, de la Comodidad, de lo Superfluo, han realizado lo restante.

Hemos vivido hasta ahora en procura de la primacía de estos cuatro valores y hoy morimos por ellos y para ellos.

Para vivir hemos de tener el coraje de renegar de ellos. Reconocer que nos hemos equivocado.

Hemos seguido a la razón y la ciencia y nos hemos equivocado. La prueba de nuestro error está en la matanza y en el dolor de ayer, en la desesperación de hoy. Una civilización que lleva a tan espantosos efectos es una civilización que vive en el error, y está fundada en el error.
No basta cambiar los regímenes y los estatutos.

Han de ser cambiadas sin retardo las almas de los hombres. Todos los males que padecemos, no provienen de lo externo sino de lo interno, no se originan únicamente de los demás sino de cada uno de nosotros, no de la materia hostil sino de nuestro espíritu que es mas inerte que la materia.

A los valores modernos, a los valores homicidas que nos han ensangrentado hasta hoy las manos y nos han envenenado el corazón y manchado la vida, hemos de sustituirlos con los valores eternos, precisamente los contrarios de los valores reinantes.

Cambiar la faz de la tierra y todas las constituciones, de nada aprovechará, nada significará, mientras no sea renovada y rejuvenecida el alma de cada uno de nosotros. Quien pretende lograr la salvación fuera del alma, es un ciego guía de ciegos.


Existe, más aún, una guía en la que podemos –aún hoy- encontrar los principios de este “segundo nacimiento”, y a quien por fuerza habremos de volver si no queremos morir en las torturas de las últimas desesperaciones.

Es un pequeño volumen dividido en cuatro pequeños libros, escrito diez y nueve siglos ha.
Todos lo conocen, muchos lo leen, nadie lo sigue.
Se llama el EVANGELIO DE JESUCRISTO".


Giovanni Papini 1919
La escala de Jacob.

2 comentarios:

Cruzamante dijo...

Brillante y conmovedora cita.
Gracias, caro amigo
Un fuerte abrazo en Xto. Rey

Anónimo dijo...

Y eso que vio solo el principio... en los ochenta y pico de años que siguieron la cosa se desmadró del todo.