martes, noviembre 18

Pesimismo en grajeas. (segunda parte)


Continuando con las grajeas acá va la segunda dosis. Esta vez apelando a la "conciencia social"



Y también es posible que Horacio tuviera razón; que fuera en sus tiempos cuando se inició el camino que llevó a Horatius sobre el puente de Heracleius en el palacio; que si Roma no se iba inmediatamente “a los perros”, los perros iban hacia Roma y su aullar lejano se oyó por primera vez en aquella hora de águilas alzadas; que había empezado un largo progreso que también era una larga decadencia, pero terminó en la Edad Media. Roma había vuelto a la Loba.


Digo que esta opinión puede al menos defenderse, aunque en realidad no es la mía; pero es suficientemente razonable para rehusar descartarla junto con la jovialidad barata del axioma corriente. Ha habido y puede haber algo como una decadencia social, y el único interrogante es, en un momento dado, si Bizancio había decaído y si Gran Bretaña está decayendo. Dicho con otras palabras, debemos juzgar cualquier caso de pretendida degeneración según sus propios merecimientos.


No constituye una respuesta decir lo que, por supuesto, es perfectamente cierto: que algunas personas tienen propensión natural a ese pesimismo. No las estamos juzgando a ellas, sino a la situación que juzgaron acertada o desacertadamente. Podemos decir que a los escolares les ha disgustado siempre tener que ir a la escuela. Pero existe una cosa que es una mala escuela. Podemos decir que los agricultores siempre se quejan del tiempo. Pero hay una cosa que es una mala cosecha. Y tenemos que considerar como una cuestión de hecho de cada caso, y no de sentimientos del agricultor, si el mundo espiritual de la moderna Inglaterra tiene en perspectiva una mala cosecha.


Ahora bien, las razones para juzgar amenazante y trágico el problema actual de Europa y especialmente de Inglaterra son razones enteramente objetivas y nada tiene que ver con esta disposición de ánimo de reacción melancólica.


El sistema actual, llamémoslo capitalismo o cualquier otra cosa, particularmente tal como existe en los países industriales, ya ha llegado a ser un peligro y se está convirtiendo rápidamente en una amenaza de muerte.


El mal se advierte en la experiencia privada más ordinaria y la ciencia económica más fría.


Para tomar primero la prueba práctica, no sólo lo sostienen los enemigos del sistema, sino que lo admiten sus defensores. En las disputas obreras de nuestro tiempo no son los empleados, sino los empleadores quienes declarar que el negocio anda mal. El hombre de negocios que prospera no está defendiendo la prosperidad: está defendiendo la quiebra, La causa a favor de los capitalistas es la causa contra el capitalismo.


Lo mas extraordinario es que su representante tiene que echar mano de la retórica del socialismo. Dice simplemente que los mineros o los obreros ferroviarios deben proseguir su trabajo “en beneficio del público”.


Se notará que los capitalistas ya no usan nunca el argumento de la propiedad privada. Se limitan por completo a esta especie de versión sentimental de la responsabilidad social general. Resulta divertido leer lo que dice la prensa capitalista sobre los socialistas que abogan sentimentalmente por gentes “fracasadas”. Y ahora el argumento principal de todo capitalista en toda huelga es el de que él mismo está al borde del fracaso.


Tengo una objeción simple a este argumento simple de los periódicos que hablan de huelgas y de peligro socialista. Mi objeción es que su argumento lleva derecho al socialismo. En sí mismo, no puede llevar a nada más.


Si los obreros deben seguir trabajando porque son servidores públicos, sólo puede deducirse que deberían ser servidores de la autoridad pública. Si el gobierno debe obrar en beneficio del público, y no hay más que decir, entonces es evidente que el gobierno debería encargarse de todo el asunto, y no hay más que hacer. Yo no cero que la cuestión sea tan simple como esto; pero ellos si lo creen.


No creo que este argumento a favor del socialismo sea concluyente. Pero según los anti-socialistas, el argumento prosocialista es concluyente. Hay que considerar solamente al público, y el gobierno puede hacer lo que le plazca siempre que considere al público. Presumiblemente puede hacer caso omiso de la libertad de los empleados y forzarlos a trabajar, tal vez encadenados. También es presumible que puede hacer caso omiso del derecho de propiedad de sus empleadores y pagar al proletariado si fuera necesario, con lo que saca de los bolsillos de aquéllos. Todas estas consecuencias se siguen de la doctrina altamente bolchevique que cada mañana pregona la prensa capitalista. Eso es todo lo que tienen que decir; y si eso es lo único que hay que decir, entonces lo otro es lo único que hay que hacer.


En el último párrafo se señala que abandonarnos a la lógica de los editorialistas que escriben sobre el peligro socialista sólo podría llevarnos derecho al socialismo. Y como algunos de nosotros se niegan sincera y enérgicamente a ser llevados al socialismo, hemos adoptado hace tiempo la alternativa más difícil: la de tratar de pensar en las cosas.


Y seguramente iremos a parar al socialismo, o a algo peor que se llamará también socialismo, o al simple caos y la ruina, si no hacemos un esfuerzo para ver la situación en su titalidad, aparte de nuestros enojos inmediatos.


Ahora bien, el sistema capitalista, bueno o malo, verdadero o falso, se apoya en dos ideas: la de que el rico siempre será sugificientemente rico para pagar salarios al pobre, y la de que el pobre siempre será bastante pobre para querer ser asalariado. Pero también supone que cada una de las partes está negociando con la otra, y que ninguna de las dos piensa en primer término en el público.


El dueño de un ómnibus lo explota a beneficio propio, y el hombre más pobre consiente en manejarlo a fin de procurarse una paga. De modo similar, el conductor de ómnibus no está henchido de un abstracto deseo altruista de manejar bien un ómnibus lleno de gente en vez de una caña veteada. No desea manejar ómnibus porque su manejo constituya las tres cuartas partes de su vida. Está haciendo su negocio por la paga mas alta que puede obtener. Ahora bien, el argumento favorable al capitalismo decía que, mediante ese negocio privado, se servía realmente al público. Y así fue durante un tiempo. Pero si tenemos que pedir a cualquiera de las dos partes que prosiga beneficiando al público, el único argumento original en pro del capitalismo se desploma por completo.


Si el capitalismo no puede pagar tanto como para tentar a los hombres para que trabajen, el capitalismo está, según lo principios capitalistas, en simple bancarrota.


Si un comerciante en té no puede pagar a los empleados y no puede importar té si no tiene empleados, su negocio quiebra y se acaba. En las antiguas condiciones capitalistas nadie dijo que los empleados deberían trabajar por menos a fin de que alguna anciana pobre pudiera tomar una taza de té.

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