miércoles, noviembre 12

Pesimismo en grajeas.


Recordando el mentado discurso de Obama quizás resulte oportuno traer al almacén un ensayo de G.K. Chesterton.

La cosa viene en grajeas, todavía no se cuántas. Las que sean necesarias, no sea que ose este almacenero recortar ni una brizna de semejante maravilla.


"Cuando por un momento estamos satisfechos, o hartos, después de haber leído las últimas noticias de los círculos sociales mas altos, o de los informes mas exactos de los tribunales de justicia más responsables, nos volvemos naturalmente al folletín del diario, que se llamará “Envenenado por su madre” o “El misterio del anillo de compromiso rojo” en busca de algo más tranquilo y más serenamente convincente, mas descansado, más doméstico y mas como la vida real."


"Pero a medida que vamos volviendo las páginas, al pasar de la realidad increíble a la ficción relativamente creíble, es probable que nos encontremos con una frase particular sobre el tema general de la degeneración social. Es una de las varias frases que parecen guardarse ya estereotipadas en las imprentas de los diarios. Como la mayoría de estas declaraciones sólidas, es de carácter consolador. Es como el encabezamiento “Esperanzas de Arreglo” por el cual nos enteramos de que las cosas están desarregladas; o ese asunto de “Renacimiento de la Industria”, que es en parte de lo que tiene que renacer periódicamente la industria periodística."


"El dicho al cual me refiero corre así: que los temores acerca de la degeneración social no deben inquietarnos, porque tales temores se han manifestado en todas las épocas; y siempre hay personas románticas y retrospectivas, poetas y demás basura, que miran atrás, a “felices tiempos viejos” imaginarios"."


"Lo propio de tales afirmaciones es que parecen satisfacer a la inteligencia; en otras palabras, lo propio de tales pensamientos es que nos impiden pensar. El hombre que así ha elogiado el progreso no cree necesario regresar jamás. El hombre que ha desechado una queja por vieja no considera necesario decir nada nuevo. Se contenta con repetir esta disculpa de las cosas existentes; y parece incapaz de ofrecer ningún otro pensamiento sobre el tema."


"Claro está, es bien cierto que esta idea de la decadencia de un Estado ha sido sugerida en muchas épocas y por muchas personas, algunas de ellas, por desgracia, poetas. Así, por ejemplo, a Byron, tan notoriamente taciturno y melodramático, de un modo o de otro se le había metido en la cabeza que las islas de Grecia eran menos magníficas en cuanto a artes y armas en los últimos tiempos de la dominación turca que en tiempos de la batalla de Salamina o La República de Platón. Así también Wordsworth, figura igualmente sentimental, parece insinuar que la república de Venecia no era tan poderosa cuando Napoleón la aplastó cual chispa agonizante como cuando su comercio y su arte llenaban los mares del mundo con un incendio de color. Muchos escritores de los siglos XVIII y XIX han llegado a insinuar quela España moderna desempeñaba un papel menos importante que la España de los tiempos del descubrimiento de América o de la batalla de Lepanto.


"Algunos más carentes de Optimismo, que es el alma del comercio, han hecho una comparación igualmente perversa entre las condiciones anteriores y últimas de la aristocracia comercial de Holanda. Otros han llegado a sostener que Tiro y Sidón no están tan en su apogeo como lo han estado; y una vez alguien dijo algo acerca de “las ruinas de Cartago”."


"En un lenguaje algo más sencillo podemos decir que todo este debate deja un hueco grande y evidente. Cuando un hombre dice: “La gente era tan pesimista como ustedes en las sociedades no ya decadentes, sino en las florecientes”, está permitido responder: “Sí, y la gente era tan optimista como usted en las sociedades realmente decadentes” Porque después de todo, había sociedades realmente decadentes."


"Es verdad que Horacio decía que cada generación parecía peor que la anterior, sobreentendiendo que Roma estaba perdida, en el preciso momento en que todo el mundo extranjero caía bajo las águilas. Pero es probable que un último y olvidado poeta de corte, elogiando al último Augústulo olvidado en la ceremoniosa corte de Bizancio, contradijera todos los rumores sediciosos de decadencia social, exactamente igual que nuestros periódicos, alegando que, después de todo, Horacio había dicho lo mismo".


G.K. Chesterton, El Perfil de la Cordura. "EL PELIGRO DE LA HORA"



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